Capitulo introductorio a la segunda parte del libro "El retorno del Hidalgo"
Fragmento del prólogo realizado por Rafael Rodríguez de Castro para nuestro libro anterior “Genealogías sureñas de Gran Canaria”:
“Una novedad del resurgir genealógico que se plasma perfectamente en la obra de Faneque Hernández y Juan Ramón García Torres es su democratización. A la hora de incorporar a algún grupo en una genealogía, no hay más obstáculo que el que ofrezca la documentación y que sean ancestros de Faneque. El interés de este conocimiento tiene un profundo calado humano; el objetivo es el propio conocimiento como forma de fortalecer convicciones y vínculos propios ante la vida. No podía ser de otra manera, pues carece de sentido en la actualidad dar exclusividad a las clases privilegiadas o nobiliarias. Ese esquema social ya no funciona entre nosotros. Es lógico que, a medida que se retrocede en el tiempo, la documentación es generada en su mayoría por los grupos privilegiados, pues era consecuencia del papel social que desempeñaban entonces. Pero eso no es óbice para que cualquier dato referente a otros estamentos sea susceptible de ser admitido en la investigación genealógica”.
El apreciado antropólogo que firma estas palabras valora la democratización de la genealogía que practicamos, pues efectivamente no tratamos de adornar nuestro árbol con guirnaldas vistosas, sino con todos los frutos posibles, incluso los bichados. De este modo, los estudios que acometemos tienen como objetivo culminar en aquello que llamamos parejas originarias o genearcas en la repoblación de las islas después de la desolación que supuso la conquista, parejas que vivieron en ellas ya como personas adultas en los albores del siglo XVI con independencia del nivel social o económico que estas disfrutaran.
Nos parece ciertamente de igual importancia, por poner algunos ejemplos señalados de este libro, estudiar la descendencia del hidalgo indígena Fernán de Canaria como la del labrador morisco Pedro Caravallo, natural de Moguer, ahorcado por ladrón; como la de los judíos Pedro de Almonte y Juana Hernández, afincados en La Gomera, de prestigiosa descendencia; como la del boticario Juan de Alarcón y de su esposa andaluza Elvira de Carmona de familia conversa; como la del pescador Jorge González de origen portugués y de su esposa canaria Catalina González, moradores en Arguineguín; como la del andaluz Juan de La Corredera y de su esposa Juana Ruiz, alias Jédula, acusada de brujería; etc., etc., etc.
Coincidimos ciertamente con Rafael Rodríguez de Castro en que la genealogía no puede ni debe seguir estando al servicio de las familias privilegiadas sino que ha de centrar sus esfuerzos en la historia familiar de todos canarios.
Y en este punto queremos matizar con profundo respeto algunas de las palabras de nuestro apreciado prologuista de “Genealogías sureñas” porque cuando señala que uno de los requisitos previos para que procedamos a hacer una investigación es que los personajes estudiados sean ancestros de Faneque Hernández, admitiendo ciertamente que para nosotros es un acicate el hecho de que las parejas originarias estudiadas formen parte de nuestro propio árbol, le planteamos que en justicia debiera observar que dichas parejas originarias, que vivieron en torno al año 1500 en la isla, no son tan solo ancestros de Faneque sino también del prologuista y de la generalidad de los grancanarios de hoy.
Los historiadores proponen como población total de la isla de Gran Canaria a principios del siglo XVI una cifra cercana a los 5.000 habitantes de los que unos 1000 serían vecinos de Las Palmas. Para llegar en el árbol de Faneque Hernández, nacido en Las Palmas en 1955, hasta esa fecha simbólica del 1500 por cualquiera de las líneas, transcurren por término medio unas 16 generaciones considerando líneas mixtas (mitad hombres, mitad mujeres). La progresión geométrica resultante de contabilizar como ascendientes de cualquier persona en una generación a dos antecesores que son los padres; en dos generaciones, a cuatro antecesores que son los abuelos; en tres generaciones, a los ocho bisabuelos; y así sucesivamente, supondría aceptar que cuando se alcanza la generación número 16, allá por el año 1500, dicha persona tendría 65.136 décimo-sextos abuelos, una cifra inmensamente superior a la población total de la isla en dicho año, que como ya hemos dicho se acercaba a las 5000 personas.
Sabemos que la cuenta que hemos hecho está evidentemente trucada en tanto que no tiene en cuenta que se repiten las mismas personas en multitud de ocasiones por diferentes líneas del mismo árbol, es decir que un mismo ancestro, pongamos como ejemplo a don Fernando Guadarteme, va a aparecer en el origen de múltiples linajes para una misma persona.
Denunciada esta falacia en la que incurren tantos aficionados a la genealogía, nos pondremos fácilmente de acuerdo si admitimos que la cifra resultante del cálculo no puede superar de ningún modo el total de habitantes con que contaba Gran Canaria a comienzos del siglo XVI . Con esto queremos decir que los grancanarios actuales con raíces (con los cuatro abuelos nacidos en la isla) somos todos parientes más o menos lejanos en tanto que descendemos de las mismas 5000 personas que habitaban la isla en el año 1500, o, lo que viene a ser lo mismo, descendemos de todas y cada una de las 700 familias que vivían en la isla por entonces, de las cuales solo 80 serían nativas puras.
Visto desde esta perspectiva, es fácil de explicar y de comprender que la finalidad de las escalas genealógicas que mostramos con frecuencia en nuestros artículos (las que desde una pareja originaria determinada, situada en el peldaño más elevado, descienden de padres a hijo o hija, hasta llegar en la base a Faneque Hernández) es esencialmente la de prestar ayuda a los interesados en la genealogía para que, observando los entronques, puedan avanzar en su propio drago genealógico y engancharse al árbol común de todos los canarios.
Así lo hemos manifestado desde que nos iniciamos hace 15 años en estas lides genealógicas y así lo volvemos a reiterar. Nuestro objetivo es estudiar la historia familiar de todos los canarios y no nos interesa en particular el estudio de aquellos ancestros comunes que aparecen en el Nobiliario de Canarias, plagado de falsedades y engaños. Y es por eso que seguiremos prestando especial atención a nuestros ascendientes más humildes que portan apellidos tan comunes como García, Hernández, González, Rodríguez, etc., etc., etc.
A propósito de todo esto, aclaramos que el título de esta sección del libro, “Desfaciendo entuertos”, hace alusión, con esta sonora expresión medieval, a las dificultades que con frecuencia nos encontramos los genealogistas a la hora de llevar ciertas líneas hasta la pareja originaria que vivió la transición entre las culturas indígena y europea. Los expertos con los que hemos departido (que cuentan con una genealogía bien trabajada por todas las ramas posibles hasta el 1500) tienen, como no puede ser de otro modo, muchísimos ancestros comunes con los autores de este libro; y tienen también, al igual que nosotros, líneas paradas en determinados momentos del siglo XVI, periodo al que nosotros denominamos “el océano tenebroso” de la investigación genealógica en Canarias.
Son los casos, que estamos estudiando, sin suerte hasta el momento, de Blas de Serpa en Arucas; de Alonso de Cárdenes en Teror, y de tantos otros.
Desfacer entuertos genealógicos es, por tanto, contribuir a que los interesados en la historia familiar canaria puedan superar esos cuellos de botella en los que a veces nos encontramos cuando tratamos de ascender por una rama concreta del árbol. Así, con los trabajos de este libro, hemos podido descorchar con alegría algunas botellas añejas en relación, por ejemplo, con la ascendencia de los Corredera en Tirajana, de los Zamora de Teror, de los Hernández de Córdoba en Las Palmas y de muchos otros ancestros comunes de la población actual de Gran Canaria.
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