Foto de Alfredo Ramírez |
EN DERREDOR DEL ROQUE
Mirador privilegiado
de las cumbres de la isla,
atalaya del milano
desde donde se divisa
un paisaje en derredor
de tan ásperas pendientes
que obnubila la visión
y de vértigo estremece
al abrirse ante los ojos
las calderas del infierno
donde bregan por despojos
blancos guirres carroñeros.
I
Al norte se precipita
el abismo de Tejeda
con galgales que se apiñan
a los pies de las laderas:
desgarradas cicatrices
de los aludes de piedra
que desbordan los letimes
arrasando la floresta.
Tan solo la salvia blanca
y los malvas alhelíes
se atreven a dar la cara
en tan agreste declive.
Enfrente se ve una cruz,
puerta del desfiladero
que se extiende en longitud
de Cuasquía al Risco Feo.
Y en el fondo de la fosa,
una vieja casa blanca
junto a un olivo atesora
los recuerdos de mi infancia.
II
Bulle una hirviente caldera
en la parte occidental,
que Unamuno describiera
como pétrea tempestad:
soberbio cataclismo
en las bocas del Averno
donde surge un obelisco
que fuera lengua de fuego.
Es el Bentayga que grita
desde su abrupta atalaya
por la identidad perdida
de la altiva Gran Canaria.
Más allá quedan las cuevas
albeadas de Artenara
con su verde diadema
del Pinar de Tamadaba.
Y brotando de las nubes
con sus mágicos perfiles
la blancura de las cumbres
de la umbrosa Tenerife.
III
Hacia el sur el Nublo tiene
las espaldas bien guardadas:
inexpugnables paredes
que circundan Ayacata.
Son los tajos de un gigante
los barrancos que la asaltan,
mas detienen sus embates
ante el Nublo y sus murallas.
Y las crestas a lo lejos
de la Sierra de la Inagua
apabullan al viajero
con sus muelas afiladas.
Solo alegran la mirada
el espejo de «Las Niñas»
que jugando con el agua
nos alivia la fatiga;
y, en el Paso de la Plata,
el lago verde de Chira,
que a la bella garza blanca
con sus brillos encandila.
IV
Al oriente se abre un paso
en la misma degollada
que nos lleva hasta los Llanos
de la Pez y de Pargana:
antaño un frío páramo
de amarillos retamares,
hoy, paraje repoblado
de magníficos pinares
que no sufren ya en su entorno
el ataque de las sierras
ni el de los humeantes hornos
donde se cuece la brea.
Y coronando el circuito,
se levantan imponentes
los dos mil metros del Pico
de los Pozos de la Nieve,
blancos pechos de la isla,
apuntados hacia el cielo,
que provocan las delicias
del viejo y lascivo Invierno.
SONETOS DEL NUBLO
I.
En la oscura cabecera del barranco
donde el último milano anidaba,
iniciamos, en poética escalada,
el ascenso al nublado roque áureo.
Corrimientos de brumas y peñascos,
pitones y escabrosas degolladas,
tajos de muerte, gargantas cortadas,
parajes de un lugar martirizado
que nos hunde en hermosa depresión
a los pies de un majestuoso ídolo
alzado en un soberbio pedestal
con resuelta mirada al septentrión.
Roque sagrado, lírico motivo
de un poema que destila identidad.
II.
Cohete volador dispuesto al despegue
desde tu amplia base acropolitana,
anúncianos pronto en fúlgida traca
tu llamamiento a la causa rebelde.
Ansiamos la aurora resplandeciente
en que, prendida la mecha en tu rampa,
vueles muy alto sobre las montañas
en medio de risas y parabienes.
Tu estela de oro, surcando celajes,
estallará en luminosa guirnalda
de flores nacidas en tus riscales:
centellas del sol en los retamares,
destellos de la luna en las magarzas,
bajo el glauco fulgor de los pinares.
EL NUBLO EN LA NOCHE
Nocturna visión del Roque:
lechuza, desde su rama,
que oye croar a una rana.
¡Tétrica escena de caza!
Dibujo en el horizonte
que la luz lunar resalta
escondida tras las faldas
de la hechicera Ayacata.
Mágicas evocaciones
de una silueta que cambia,
que adquiere formas extrañas
conforme la luna avanza
en trayectoria de insomnes
hasta atrapar con su aura,
bella moneda de plata,
regia efigie en lontananza.
Oh, Roque Nublo en la noche,
mítica piedra sagrada,
por la luna capturada
en vernácula medalla
de votivas inscripciones:
pintadera plateada
con petroglifos de nácar,
¡símbolo azul de mi patria!
EL NUBLO AL ALBA
De cada día que nace
en la escondida Culata,
barranco que en lengua guanche
se llamó de Chinamagra,
eres la primera imagen
que los rayos de sol captan.
En las negruras del valle
la noche aún duerme callada
cuando las olas radiantes
irrumpen en la hondonada
bañando de oro una imagen
tornasolando tu cara.
Espectáculo admirable,
fúlgida escena de magia
que sorprende al caminante
que madruga en sus andanzas
para su honor ofrendarte
a la prima luz del alba.
Solo admitirás que bajen
los rayos por la solana
cuando al pie de los riscales,
en cuevas y casas blancas,
los postigos, rechinantes,
uno tras otro, se abran.
Los pastores y labrantes
luego empiezan su jornada
no sin que, en el previo instante,
te dirijan la mirada
para honrar al astro padre
del que anuncias la llegada.
¡Áureo espejo deslumbrante
que destellas luz sagrada,
alta torre de homenaje
que concitas las plegarias
y los cantos ancestrales
de la tradición canaria!
ECOS ANCESTRALES
Ayer oí en el Bentayga sitiado
de un guadarteme palabras de ofensa:
«Si quieren a sus vidas dar amparo,
rindan sin condición la fortaleza».
Hoy aquí, en los riscos del Faneque
percibo los ecos de indignación:
«Tenesor Semidán, ¡fore tronqueve!,
perdiste tu nombre, también tu honor».
Ayer oí en los altos del Ajódar,
sonoros ajijides de alegría,
cuando del Reino de Castilla las tropas
hacia Gáldar, vencidas, se retiran.
Hoy aquí, al pie del Roque Nublo
presiento que la aurora ya se acerca,
que regresa Doramas a este mundo
tras centurias de oprobio y de miseria.
Ayer oí en las cumbres de Fataga
mil gritos de profundo desconsuelo
cuando se entrega el Faysage de Gáldar,
y, con él, la esperanza de su pueblo.
Hoy aquí, desde la cima del Amurga
arengo, ¡haí tu catana!, a nuestra gente
a mantener con nobleza la lucha
aunque sea más fuerte el oponente.
Ayer oí en las crestas del Ansite
con angustia, ¡Atis Tirma!, la caída.
Bentejuí yace al fondo del letime;
las brumas se apoderan de la Isla.
Empero, hoy aquí, desde el Roque Aguayro
advierto que en arrifales y llanos,
entre verdes cardones y tasaigos,
rebrotan con más fuerza los alzados.