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sábado, 13 de febrero de 2021

MEMORIAS DE LORENZO HERNÁNDEZ VEGA (1927-2019)

REPORTAJE FOTOGRÁFICO Elaborado por Roberto Hernández Bautista

 

 

MEMORIAS DE LORENZO HERNÁNDEZ VEGA (1927-2019)

Dictadas a su hijo Roberto Hernández Bautista desde la cama del hospital donde falleció hace ahora dos años. 


 

 

 

MIS MEMORIAS








 

 

Yo nací en San Lorenzo, el 22 de enero de 1927, en una casa que habitamos cuando mi padre fue medianero en una finca de plataneras, pero en realidad yo no me acuerdo mucho de la casa. Después tuvieron que marcharse a la subida de Guanarteme, cerca del actual Negrín, donde mi padre también fue medianero y finalmente nos fuimos vivir a San Roque en el año 1933 cuando se construyó la cárcel municipal. 

 

Allí mis padres se instalaron primero en la finca que se llamaba la “Portada Verde”, cerca del Pilar, donde mi padre era trabajador de la finca, y cuando pudo compró la casa de enfrente de la iglesia por 30.000 pesetas.

Mi abuela, cuando murió, le dejó a mi madre tres casas en la calle Fama separadas unos cuatro o cinco metros entre ellas. Pero como mi madre necesitaba dinero para vivir, le pidió un préstamo a Angelito que era el usurero del barrio. A él o le pagabas o te subía el préstamo con lo que al final, como mi madre no pudo hacerle frente a la devolución del dinero prestado, el usurero se quedó con dos de las casas. La tercera, ubicada en Fama 13, con el tiempo pasaría a mí por el valor de 25.000 pesetas que le entregué a mi madre.  

Cuando mi madre lo necesitó, mis tíos que eran ricos no quisieron ayudarla. Ellos se limitaban a trabajar en el molino trayendo millo a granel del muelle que una vez molido lo vendían a buen precio. El molino funcionaba con el agua de la acequia, y para trabajar había que esperar que llegara el turno de agua. El ocasiones, se enviaba menos agua que la que se pagaba, por lo que había que estar atentos al tiempo. Finalmente estos problemas se acabaron cuando mis tíos pudieron comprar un motor.  


En San Roque jugábamos con una pelota de trapo y me acuerdo de que lo hacíamos normalmente en la plaza de la Iglesia. Pero, para entrar en la iglesia, el cura siempre nos obligaba a arrodillarnos ante el santo. Un día cuando jugaba en la plaza, se me ocurrió entrar a la iglesia sin darme cuenta de que por allí estaba don Segundo. Cuando vio que no me arrodillé me pegó con el anillo en la cabeza. Nunca me olvidaré del 'jodío' ese.

         También íbamos a jugar al futbol en el barranco, cerca del Árbol Bonito y en ocasiones subíamos al otro lado del barranco Guiniguada hasta llegar al Lomo Apolinario donde jugábamos en los llanos del caserón de la congregación de los Jesuitas.

         En otras ocasiones jugábamos al trompo, al tejo o hacíamos carretones que construíamos con pequeñas botellas de metal que uníamos con verga a una estructura de madera. Después la desplazábamos con una cuerda y corríamos con ella.

A mi padre lo conocí poco, porque él trabajaba mucho y en realidad no se ocupaba de nosotros. Lo veía todos los días, pero él a lo suyo. Sin embargo, mi padre que era alto, era muy querido y apreciado en San Roque. Siempre llevaba la faja puesta, el gorro y en ocasiones el cuchillo que utilizaba en las plataneras. 

Mi madre que yo recuerde era callada, y ante nuestras trastadas nos reñía y si hacía falta nos pegaba, como cuando me escondí debajo de la cama y me golpeó con el palo haciéndome sangrar por la nariz.

         De mi abuela apenas me acuerdo, creo que la vi una vez sola y la conocí ya enferma, decían que tenía cáncer. Nunca supe que mi abuela Micaela Montesdeoca había nacido en Pájara. De mi abuelo no tengo recuerdos. Una vez lo vi, pero yo era muy niño.

 

Fui al colegio en una casa de la calle general de San Roque que se llamaba el colegio del Rey. Allí el maestro llevaba generalmente un palo de unos 30 centímetros con el que siempre golpeaba a alguno. Aprendí sólo a leer y a escribir.

Tuve siete hermanos, cuatro varones y tres hembras y me llevaba bien con todos ellos. Recuerdo que mi hermano Pablo murió con 13 años. En esta época comíamos muy poco, en general había muy pocos alimentos.  Cuando empezó la guerra civil yo tenía 12 años y pasamos muchas calamidades. Lo pasábamos “canutas” y había que acudir a los estraperlistas, puesto que faltaba aceite, harina y de todo.  Generalmente comíamos un pescado que llamaban norte con una papa sancochada y mi madre hacía muchos potajes. El millo venía con gorgojos desde la Argentina. Era un regalo de la Perona a los canarios por la labor que hacían los canarios en Argentina. De todas formas, en la finca siempre se encontraba algo para comer.

A los 12 años entré a trabajar en una sastrería, haciendo mandados. El sastre era muy severo y en su taller había unas 20 mujeres trabajando. Yo trabajaba gratis, sólo me daban el uniforme. Estuve hasta los 14 años y entonces me decidí y me lancé. Me recomendaron que entrara en una tapicería que regentaba Márquez. Así lo hice, y me pusieron de aprendiz cobrando 15 pesetas a la semana trabajando 8 horas.

La mili la hice en al año 48. Me pusieron un uniforme y me enviaron en barco a Gran Tarajal. Cuando llegué cogí una guagua en la que iba solo y vestido de militar y llegué al cuartel de Puerto Cabras donde me presenté. Me apunté de oficinista ya que sabía las cuatro reglas, y al final entré en el economato y me encargaron llevar el pan a los oficiales y suboficiales.

Una noche nos llevaron a un baile en Antigua en un camión descapotable. El local estaba lleno de espejos, pero tuvimos que marcharnos corriendo porque alguien dijo que venía el sargento. Recuerdo que en Fuerteventura contaban que en ocasiones juntaban a los varones y los desplazaban a todos hasta el barrio la Rapadura, que era la zona de putas en Lanzarote.

 No conocí a los presos de Tefía. Se hablaba de ellos y se decía que eran todos maricones y, por lo que contaban, había un cura vasco que pegaba leches que daba gusto, porque decía el cura, que el mariconear no era normal y había que erradicarlo. Con los palos alguno llegó a quedar inválido.

En Fuerteventura también contaban que había una luz que caminaba sola por las noches y de repente desaparecía. Y también nos dijeron que en el sur había un edificio grandote que hicieron los alemanes antes de la guerra como refugio y que allí repostaban los submarinos.

         Al mes siguiente me destinaron a Las Palmas a las cuarenta casas de Guanarteme donde hacía solo dos horas de servicio junto a otros cuatro soldados. Ninguno de los fusiles nos funcionaba y nosotros solo arreglábamos la tapicería de los coches.


 

A Pura, la conocí en las Alcaravaneras en su sociedad de baile, la vi y la saqué a bailar y después a la semana siguiente. Finalmente nos pusimos de acuerdo para vernos en la sociedad, y así empezó la cosa. Pura tenía 14 años y yo 17 años. Estuvimos cinco años de novios. Al final nos casamos el 30 de mayo de 1952 y ya en ese año se quitaron las cartillas de racionamiento para el reparto de víveres a la población. 

Nos fuimos a vivir a casa de mi suegra, y allí enfrente, en el colegio de la Salle estuvo preso el hermanastro de mi suegro, llamado Ignacio. Mi suegra le llevaba comida y cuando salió de la cárcel se quedó con toda la herencia que en realidad le pertenecía a mi suegro Modesto que ya había fallecido. Mi suegra no quiso presentar papeles, o a lo mejor no los tenía. 

También en el colegio estuvo preso uno de los ratones que era una familia grande del barrio que vivía por detrás de la calle Fama. No lo mataron, pero se comentaba que le dieron bastante leña. 

En estos años, la Falange castigaba duramente a los que se apresaban, en ocasiones a los que eran comunistas los tiraban por una cueva vertical que estaba en Jinámar. La Falange tuvo las manos libres de Franco para actuar de día y de noche, y sé que también por la Marfea a los presos los tiraban a la mar. Algunos se ocultaron un buen tiempo, como el Corredera que estuvo escondido en una cueva. Un día en la finca de San Roque llegaron falangistas en coches piratas descapotables y pegando gritos en contra de los comunistas. A mi padre le dijeron: Rafaelito ¿podemos coger todos los horcones de la finca? Y mi padre, para no buscarse problemas, les dijo que se llevaran lo que quisieran y lo demás que lo dejaran. 

       Durante la guerra Franco tuvo un barco que se llamaba el Marqués de Comillas que venía cada 15 días cargando montones de gente para la guerra. Cuando venía barría por todo el mundo por lo que le llamaban el majo y limpio. A mi hermano Agustín se lo llevaron y estuvo en el Ebro, también se llevaron a Rafael y Antonio. De todas formas, los mandos de Franco hicieron un convenio por lo que las familias con más de tres hijos en el frente, uno de ellos se libraba del servicio, por lo que a Rafael después de tres años en el conflicto lo mandaron a la retaguardia. 

       En los años de la guerra civil quienes mandaba en las islas eran los falangistas y se cuenta que Franco mandó a matar a uno de sus generales llamado Balmes en el mismo hotel Cairasco de Las Palmas. También se cuenta que Franco engañó a los marroquíes porque después de la contienda estos se consideraban españoles, pero en la realidad no consiguieron sus pretensiones.

       Cuando terminó la guerra civil empezó la II Guerra Mundial y siempre me acuerdo de la anécdota del barco alemán Bismark que combatía en alta mar. En duro enfrentamiento logró hundir al barco británico llamado Hood, pero en el encuentro quedo muy dañado. No obstante, por leyes internacionales se le concedió permiso especial para atracar en algún puerto, pudiendo hacerlo  durante 72 horas para abastecerse, pero debiendo regresar de nuevo al mar cuando se terminara el plazo. Y cuando así fue, se le obligó a salir a alta mar donde le esperaba la escuadra inglesa que sin contemplaciones lo hundió con toda la tripulación y heridos en su interior.

 

           Al año de casarnos empezaron a llegar los hijos. Primero fue José Luis en 1953. Después apareció Javier. El tercero fue Rober. Manolo y Carlos llegaron con poca diferencia de edad. En el año 1964 apareció Armando. Y cuando ya nadie lo esperaba apareció Jorge.  

Los hijos venían uno detrás de otro puesto que no había forma de controlarlo. Nosotros incluso tuvimos algunos problemas con varios abortos naturales. Íbamos todas las semanas  a Arucas a ver a mis padres, y generalmente nos pasábamos allí los fines de semana. Los coches de antes se llamaban piratas, y muchos de ellos estaban ya muy cascados y con las gomas parcheadas. En uno de los viajes Pura me llamó la atención de que tenía sangre por lo que nos fuimos corriendo al pueblo de Arucas donde la intervinieron sin anestesia haciéndole un raspado.  Debía de tener un mes y algo y fue el segundo embarazo de su vida.

 

En la tapicería de Márquez estuve, desde que entré, unos 15 años trabajando de tapicero hasta que fundé mi propio taller el mismo año que se inauguró la Casa del Marino. Mi madre me dejó una habitación en su casa de San Roque, pero tuve que hacerle arreglos poniéndole un sobradillo. Recuerdo que mi hermana se calentaba conmigo porque yo metía materiales y sillones en la entrada. Yo le pagaba un alquiler a mi madre. La casa al final, para la construcción de la autopista, nos la expropiaron por 40.000 pesetas, de los cuales la mitad fue para mi hermana por cuidar de los viejos y la otra mitad para todos los hermanos.

         La fortuna de mi tío Pepe el del molino, se repartió entre los herederos, pero la fortuna de mi tío Antonio fue para su chofer que arregló papeles y se quedó con la casa, dinero, el coche y la mitad de la finca incluido el molino. Se llamaba Pedrín, y se dedicaba a echarle unas ginebras a mi tío para emborracharlo y así hasta que se quedó con sus propiedades. La finca se vendió en 80.000 pesetaS.

  

       Mi impresión de la familia es muy positiva. Cuando nos casamos empezaba la tele y, aún así, vinieron los hijos uno detrás de otro, y no me arrepiento, aunque yo le aconsejaría a la gente que no tenga tantos hijos. Requieren muchas atenciones y generan muchas preocupaciones. Como anécdotas recuerdo que José Luis era tranquilo, aunque muy enfermizo de chico. Siempre tenía bronquitis y no se podía operar de la garganta hasta que cumpliera los dos años.  Cuando pudimos hacerlo se le quitó todo.

       Javier era llorón como él solo. Un día se le pegó fuego el pelo de la cabeza. Resulta que las cocinillas de la época eran de tres patas y no sé qué pasó, pero se le vino arriba y se le prendió la cabeza. Menos mal que con un paño pudimos apagar el fuego. 

       De Rober me acuerdo que cuando estuvo en la Universidad le quedaba una asignatura para terminar y así estuvo un tiempo, por lo menos dos años. Cuando me enteré nos fuimos a Tenerife y hablamos con la profesora y le conté la situación que teníamos con los hijos y que venían hermanos detrás.  Ella fue muy amable conmigo y después de una grata conversación le pedí que le facilitara el aprobar la asignatura en el siguiente examen.  Rober cuando se enteró se enfadó mucho conmigo, diciéndome que no tenía que haber ido y que eso era cosa suya. Pero al final Rober aprobó, y cuando fuimos a verlo tenía su casa llena de papeles tirados por el suelo.

       Como los tres mayores estudiaban yo quise que Manolo fuera tapicero. Necesitaba alguien que velara por el trabajo y continuara con la profesión. Él estuvo una temporada conmigo hasta que al final cambió de opinión. 

       Carlos cuando chico también tuvo problemas. Cuando nos dimos cuenta lo llevamos a la Clínica Capitol y allí lo operaron porque tenía un testículo subido y le producía muchas molestias. Al final me dieron las 35 pesetas que costó la operación. También sé que cuando se marchó a Tenerife se enfermó de tuberculosis y estuvo ingresado donde se recuperó.

       A Armando lo ingresamos a los 4 años en un colegio de educación especial. Tenía que desplazarse en un transporte y qué susto nos llevamos el primer día cuando el chofer lo dejó solo en la parada. 

       En todos estos años nos acompañaba Barbarita. Una mujer del barrio que conoció Pura y la tuvimos empleada en casa más de 20 años.  Era muy habladora y le gustaba mucho mandar y siempre estaba en la casa, pero nos ayudó mucho con todas las tareas. 

 

De mis hermanos tengo buenos recuerdos. En la actualidad mis hermanos ya han fallecido casi todos. La última, Magdalena. Mi hermano Pablo murió de reacción alérgica a una vacuna debido a que al llegar a San Roque en 1933 nos pidieron que nos vacunaremos. Los dos estuvimos muy enfermos por la vacuna que nos dejó una gran marca, pero él falleció. Rafael me parece que murió de tuberculosis, porque en San Roque en aquellos años hubo una gran epidemia, Agustín tuvo problemas de riñón, le gustaba mucho el ron y un pizco de queso que daba gusto. Antonio también murió de tuberculosis, Antonia, tuvo problemas del oído puesto que se perjudicó el oído al meterse palillos de dientes para limpiarse. Al final se enfermó de los oídos y tuvieron que ingresarla, falleciendo debido a la infección que se produjo. Al parecer tuvieron que abrirle hasta el cerebro. Juan también tuvo neumonía.  Magdalena padeció de corazón y Susa está en la actualidad en la residencia. Ya lleva cinco o seis años con alzhéimer.

 

       Para sacar a la familia adelante he trabajado toda la vida. Mis primeros quince años en la tapicería de Márquez, y el resto de mi vida hasta la jubilación en el 92, de autónomo. Toda una vida, pero tengo que decir que me gustaba mucho la tapicería. Llegué a tener tres trabajadores en el taller y hasta cinco mujeres que en sus casas me hacían trabajos. Siempre tenía trabajo de lunes a viernes, hasta que el negocio empezó a flaquear algo porque los bancos no admitían letras cerrando el grifo, con lo cual se arruinó algo la producción, aunque yo siempre conseguí trabajo.

 

       Cuando pude, a la vieja casa de San Roque le hice algunos arreglos. Le dije a mi madre que hablara con mi tío y le pidiera 30.000 pesetas prestadas para poder reparar la casa. Mi tío a mí no me los daría, pero a mi madre sí se los dio Pepe. Con ese dinero arreglé la escalera para la azotea, los pisos de madera del suelo y acondicionamos la cocina y el baño en la cueva del fondo de la casa. El váter que existía era un cajón de madera y se reformó totalmente, pero en la cocina quedó una gran piedra de más de una tonelada. Por debajo de las maderas corría la acequia de aguas negras y por eso, a veces, salían ratones o cucarachas por entre las rendijas del suelo. Allí vivimos pocos años, unos cuatro o cinco, hasta que nos marchamos a vivir a Las Escaleritas al edificio Pegaso.

 

    Esa casa yo se la había comprado a mi madre por 25.000 pesetas, pero llegado el momento la casa entró en la herencia de mi madre y por eso tuve que pagarle a cada hermano su parte correspondiente. Creo que 18.000 pesetas a cada uno, y al final me quedé muy tranquilo y contento con mi propiedad, pero en realidad no tenía papeles y eso me llevó a problemas.   Cuando nos decidimos a fabricar nos encontramos que el papel de pago que mis hermanos me habían firmado no tenía validez ninguna, y por tanto no tenía escrituras de la casa.  Entonces Toñi que trabajaba en la gestoría de Alzola y conocía bien los trucos, me aconsejó que le diera 100.000 pesetas para iniciar los trámites y no sé cómo, pero finalmente me consiguió las escrituras de la casa por ese dinero.

       Como curiosidades del barrio, me gustaría contar la anécdota de hace unos 40 años más o menos de la niña de San Roque que vivió encerrada y a oscuras en una habitación cerca del barranco, por el camino de las acequias.  Alguien denunció el caso y cuando fueron las autoridades se encontraron en una casa y en una habitación oscura recluida a una joven de unos 18 años. Al parecer antes a los niños retrasados se les escondía y apartaba de la sociedad y esta niña deficiente estuvo toda su vida encerrada. Su hermana, que recuerdo que vestía de negro, se encargaba de darle de comer a través de un ventanillo.

       También en San Roque en la calle Farnesio vivía mi amigo Tomás que era tapicero como yo y con el que tenía buen contacto. Era muy trabajador, pero un día se olvidó de trabajar, decía que ya no sabía trabajar y se arrimó en una esquina y no hablaba con nadie.  Finalmente amarró un cuchillo a la puerta y lanzó la puerta contra él. 

       Otra historia que me pareció muy curiosa es la relacionada con la estatua de una mujer especialmente bonita que está en la plaza de las Ranas a la entrada de Vegueta. Resulta que ya hace tiempo una familia se vino de Fuerteventura por el hambre y consiguieron una casa cerca del Museo Canario que se llamó la casa de Loreto en la calle López Botas. La madre se dedicó a la prostitución y la hija también cuando se hizo mayor. Sus servicios fueron reclamados hasta por los militares que venían a la isla siendo tan famosa que se cuenta que, hasta el mismo rey, Alfonso XIII reclamó sus servicios. También el alcalde de las Palmas Hurtado de Mendoza, se prendó de la hija de Loreto con la que tuvo una niña que fue muy parecida a la madre inglesa del alcalde. Por eso le hicieron un homenaje y tras una suscripción se pagó a un marmolista que talló la estatua que está en la plaza.

 

       Para terminar, me gustaría decirle algunas cosas a la juventud. Hay que darle vida a la juventud. Que aprovechen bien la vida y que la disfruten. Antes no valía tanto la pena porque se pasaba hambre, pero ahora… Deben de estudiar y aprovechar el tiempo. Tendrán tiempo para todo.

       Y sobre el consumo de drogas decirles que es lo último que puede haber en un país. Yo tuve problemas con el alcohol y el tabaco. Yo bebí toda la vida y empecé a fumar a los doce años, aunque no tabaco. Primero fumábamos barbas de piña de maíz y ya a los 15 años con tabaco. 

       Ahora no le aconsejo a la gente que fume y que beba. No trae más que marginación y problemas en el matrimonio. Ahora además hay marihuana, crack etc., y en vez de haber menos, las traen por toneladas.  La juventud debe alejarse de ellas, no son buenas ni para la salud ni para el bienestar familiar. A mí me tuvieron que poner tres baipás tras un infarto y al final, diez años más tarde, un marcapasos, y luego otro. Fumar no es bueno. Está comprobado. Además, hay mucho cáncer de pulmón



Con su nieta Fayna