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jueves, 14 de septiembre de 2023

Los nativos en la repoblación de Gran Canaria

 

LOS NATIVOS EN LA REPOBLACIÓN DE GRAN CANARIA 

Faneque Hernández Bautista

 

La fortaleza de Ansite junto al barranco de Tirajana. Foto del autor

La capitulación en la Fortaleza de Ansite de 29 de abril de 1483 que se verá confirmada tres meses después, el 26 de julio del mismo año, con la procesión que lleva hasta el Real de Las Palmas a Arminda Masequera, el símbolo de la soberanía insular, tuvo efectos devastadores para la población autóctona.

La mayoría de los habitantes de la isla, sobre todo la población plebeya y los hidalgos enfrentados a Tenesor, fueron objeto de una deportación masiva, si bien como hombres y mujeres libres, dirigida a la península en naves fletadas al efecto para su rápido desalojo una vez concluidas, con la colaboración de tropas auxiliares nativas, las operaciones de captura de alzados en el interior. 

 

Solo cuarenta familias, seleccionadas por el ahora caballero castellano don Fernando Guadarteme, fueron autorizadas en los acuerdos de Córdoba de 1482-1483  a quedarse en la tierra. Cuarenta es al parecer una especie de número estratégico para los gobernantes de Castilla. Es el mismo número que impondrán en Málaga pocos años después, en 1487, a las familias árabes colaboracionistas que pudieron quedarse en la ciudad tras la caída de la ciudad andalusí. Se trata de evitar que un número de naturales superior a este pudiera dar lugar a revueltas o alzamientos por parte de los antiguos pobladores en protesta por su sojuzgamiento o por las tropelías sufridas.

Haciendo cuentas globales, si contáramos por término medio con 7 miembros por cada familia superviviente (formada por el hidalgo canario y su esposa, hijos e hijas no emancipados, ancianos y niños) tendríamos una cifra total autorizada inicialmente inferior a las 300 personas.

Eran sin embargo 150 las familias indígenas canarias que vivían en la isla a finales de esa década lo cual, como es sabido, activó  las alarmas de los conquistadores y de los colonos castellanos que exigieron al rey a través del cabildo el cumplimiento del pacto habido entre los dos Fernando para asegurar sus prerrogativas y posesiones. 

Esto supone acercarnos a una cifra total de indígenas, en  1493, de unos 1000 nativos, lo que equivale, contando con un promedio de dos guerreros por familia, a unos 300 hombres de pelea, cifra muy alejada del número mínimo de 10.000 guerreros  que según la crónica madre existían en la isla antes del inicio de las operaciones de conquista. 

“Dixeron que entre sí tenían guerras sibiles algunas  veces sobre el no querer el de Telde ir a cortes a Galdar en las cuebas que llaman de Faraca onde se juntaban, el uno ponía seis mil hombres, que no podían vencer a cuatro mil de Telde en campaña…” (Marín de Cubas: Conquista de la siete yslas de Canaria 1687, p. 219)

Dichas operaciones habrían dado lugar a una ingente catástrofe demográfica derivada no solo de la mortandad derivada de la guerra y las epidemias subsiguientes sino también y ante todo derivada  de las deportaciones masivas. 

Como válvula de escape a esa presión, al parecer intimidante, de 300 hombres de armas, una parte importante de los mismos van a ser conminados a tomar parte cada año, con Fernando Guadarteme y su hermano Pedro Maninidra al frente de ellos, en sucesivas campañas de la guerra de Granada, incluida la toma de Málaga de 1487, y también en la represión de los alzados gomeros en 1488, manteniéndolos de este modo Pedro de Vera  alejados de la isla,  al menos desde la primavera al otoño. Una vez tomada Granada en 1492, los nativos supervivientes, para evitar su inminente expulsión, van a ser impelidos por su protector, Alonso Fernández de Lugo,  a participar en las campañas militares de conquista, primero de La Palma y después de Tenerife, con el compromiso de establecerse como pobladores en las tierras ganadas sin posibilidad de retorno a su isla de origen.

 

Sabemos aproximadamente quiénes son los guerreros correspondientes a las familias desplazadas pues estos participan en la campaña final de conquista de Tenerife de 1496 y se asientan a partir de entonces en dicha isla disfrutando, como conquistadores, y sus hijos como colonos, de importantes repartimientos, y contamos por tanto acerca de ellos, en los protocolos notariales, con un caudal ingente de documentos que atestiguan su identidad y nuevas posesiones.

Poco sabemos sin embargo de las aproximadamente cuarenta familias safias que finalmente pudieron mantenerse en la isla. Entre los cabezas de familia establecidos en el noroeste, al amparo de la proximidad del término redondo de Guayedra, estarían sin duda: 

En Agaete, Hernán Sánchez de Bentidagua, Sancho Bermúdez,  Michel de Gran Canaria, Salvador canario y Juan Benítez (los tres últimos fueron amojonadores de Guayedra).

Y en Gáldar, Antón López Guadarteme, Sebastián del Hierro y Juan Alonso canario, nobles nativos que pronto serán forzados a desplazarse, vendiendo sus propiedades, hacia tierras de cumbre y medianías sureñas.

 

En las villas del Real de Las Palmas y de Telde y en su entorno próximo, los hidalgos canarios tienen nula presencia pues todo el terrazgo agrario ha sido repartido entre conquistadores y colonos europeos. En el libro primero de bautismo de El Sagrario no encontramos referencias a familias canarias entre los pobladores tempranos sino tan solo citas muy puntuales a ciertas esclavas guanches y a algunas mujeres canarias que sabemos que eran esposas de pobladores europeos. En el libro primero de Telde tenemos, igualmente, unas pocas menciones, datadas en la primera década del siglo, referidas a hidalgos canarios pero estas no se corresponden con pobladores originarios sino con algunos retornados llegados sobre el 1500, quince años después de anexionada la isla a la Corona de Castilla, como luego veremos.

 

En el sur tenemos sin embargo, después de Guayedra, un probable segundo refugio para el asentamiento de familias indígenas sin mezcla, o safias como se decía entonces, que son parte de lo que nosotros llamamos parejas originarias en la repoblación de la isla. Hablamos del señorío jurisdiccional de Agüimes. Al amparo del obispado, se evidencia que determinadas familias canarias obtuvieron mercedes episcopales para su asentamiento como parece ser el caso emblemático de Alonso de Ávila y quizás también en la periferia del señorío (Tirajana y llanos sureños) el de los casos singulares de Juan Grande el mayor, de Diego Izquierdo, que testa antes de 1512, y de Martín García. 

 

Pero la repoblación de la isla con sus antiguos habitantes toma impulso en torno al año 1500, como ya hemos anticipado, con el retorno de muchos nativos canarios procedentes de Tenerife e incluso, sorprendentemente, de Madeira. De Tenerife proceden, no sin conflictos con el Adelantado, muchos hidalgos canarios como Fernando Canario, Autindana, Pedro Maninidra II, Hernán Sánchez Carnedagua, Juan de León, Pedro de Talavera, Sebastián Rodríguez, Juan Jiménez, Juan Hidalgo, Alonso Rubio y muchos otros tras de cuya pista estamos. 

De Madeira procede Gonzalo Díaz, un caso muy singular, aunque no único, de canario esclavizado conducido a Madeira, que tras la expulsión de los canarios de dicha isla portuguesa, tanto horros como esclavos, por edicto del rey de Portugal, se establece con su clan familiar primero en Tenerife, poco después de la conquista de dicha isla, donde se hace mediante compra y repartimiento con una gran hacienda en Garachico; y más tarde en Gran Canaria, donde ejercerá de boyante mercader y maestre de azúcar protegido por la colonia genovesa. En esta isla Gonzalo Díaz, canario, mantendrá  relaciones amorosas con doña Luisa de Betancor,  de las que resultan al menos dos hijos, Francisca Baralides y Andrés, bautizados en  El Sagrario de Las Palmas a principios de siglo XVI.

Esta relación “marital” de Luisa de Betancor con Gonzalo Díaz (ella lo llama su marido a pesar de estar casada con Maciot de Betancor) hay que encuadrarla dentro de la prerrogativa de repudio que tuvieron las mujeres de la familia real nativa, prerrogativa  que tuvo que tener algún tipo de reconocimiento en las capitulaciones de Córdoba negociadas por Fernando Guadarteme. De otro modo no se entiende que la Iglesia haya permitido esas situaciones. Casos similares a este, con casamientos sin haber enviudado, los encontramos en las relaciones de pareja de la esposa de Tenesor, Juana Hernández Vizcaíno (Abenchara), y de su hija Catalina Hernández Guadarteme.

 

Los cuarenta familias nativas que quedaron en la tierra en 1490 se incrementaron ciertamente diez años más tarde, a principios del siglo XVI, gracias al aporte poblacional de canarios retornados y de indígenas guanches y gomeros que fueron desterrados de Tenerife, pero uno y otro caudal de nativos sin mezcla, solo llegó a suponer una pequeña parte de la población de la isla,  cuya proporción cuantificamos en una cifra inferior  al 10% del total. 

Las cuentas son diferentes si incorporamos en el  cómputo a las mujeres nativas plebeyas, primero esclavas y luego esposas de los repobladores europeos por la obligación que se les impone a los colonos de estar casados para obtener tierras en repartimiento, y también a las mujeres nativas nobles que, por mor de la política matrimonial promovida por don Fernando Guadarteme, enseguida pasaron a ser las esposas de buena parte de los conquistadores y colonos de renombre que se asientan en la isla. Por estas razones, los estudios de los genetistas hablan de una pervivencia de linajes maternos indígenas algo superior al 30% en los habitantes actuales de Gran Canaria. 

La población actual de esta isla incorpora, efectivamente, como ascendientes a este contingente nativo minoritario, al que hay que añadir el aporte de esclavos moriscos y subsaharianos.  A grandes rasgos, uno y otro aporte africano pueden significar en los estudios autosómicos de la población actual un porcentaje promedio inferior al 15% , siendo sin duda el grupo mayoritario y mejor representado, superior al 85% del total, el de los linajes de los repobladores de origen ibérico, castellanos y portugueses en similares proporciones, a los que hay que añadir un limitado contingente proveniente de Génova y de otros lugares del occidente europeo. 

Este es, en un balance rápido, lo que llamamos el crisol de la canariedad, un mestizaje que los canarios de hoy asumimos con orgullo como elemento definitorio de nuestra idiosincrasia y de nuestra identidad como pueblo.