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domingo, 15 de mayo de 2022

Romance de Abenauara y Doramas

 

 

ROMANCE DE ABENAUARA Y DORAMAS

Autor: Faneque Hernández

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EXORDIO: 

EN EL POBLADO DE TUFIA

Dibujo de Borges Linares. Colección Orlando Hdez


NARRADOR

“Caparazón de crustáceo

tirado en los arenales,

reseco y ensalitrado

al albur del oleaje”.

Esta era, hace unos años,

la metafórica imagen

de un paisaje degradado

en los mapas litorales

del oriente grancanario

donde los discos solares

del mar salían ahogados

entre humos y alquitranes.

De los males del pasado

al presente ilusionante

de un marítimo poblado

que como el fénix renace.

Hoy un sitio preservado,

Tufia otrora fue baluarte

de los antiguos canarios

en las costas del Levante.

 

Tufia, peñón levantado

sobre la mar circundante

con un taro en lo más alto

para alertar de las naves

que con su velamen blanco 

se acercan amenazantes

a hacer captura de esclavos

en las islas del Atlante.

Al norte está el camposanto: 

torreones circulares 

hacia el cielo escalonados, 

sepulturas de gigantes

que con su magado en mano

dieron la vida en combate 

protegiendo a su poblado

de invasores y asaltantes.

En la loma hay un rellano 

con tres casas circulares,

cruciformes cuando entramos, 

con techumbres de ramaje

y un portón siempre orientado

de los vientos al socaire.

Las tres forman el palacio 

que fue morada de un guayre

sobrino del rey Bentagao, 

del clan de los Semidanes,

señor de todo el condado 

y ciudad de los faycanes.

Maninidra lo llamaron 

por su astucia memorable

al frente de los lagartos 

que se ocultan bajo el jable

cuando en la torre de Gando, 

en mazmorras infernales,

los impíos castellanos, 

sin respeto hacia el linaje 

del supremo matriarcado, 

recluyen a dos beldades

para solaz de soldados 

entre un lance y otro lance.

 

Murallas de canto y callao 

se alzan a media ladera

para defender el paso 

que une la isla a la isleta.

Atrás queda el Atlántico, 

al frente, campos dunares,

con cantiles a ambos lados

de taludes verticales.

Al pie del acantilado, 

al soco de ventorales,

una cueva es el espacio 

reservado a las vestales

cuando en los días sagrados

bajan al mar a bañarse 

al son de sentidos cantos

y plegarias ancestrales.

 

Tufia, volcán aflorado 

desde las profundidades, 

hoy dormido y esperando 

que, con chácaras al aire

y tamboras resonando, 

vuelvan las blancas cofrades,

como en las fiestas de antaño, 

a desfilar por sus calles.

Por ellas, aún evocamos 

el insólito romance

de un renegrido soldado 

con una princesa guanche.

La leyenda la escuchamos 

en la voz de un viejo vate

que nos recita un adagio 

de tiempos inmemoriales:

 

ANCIANO

El amor es un estado

que no admite gobernantes.

La pasión no anda mirando 

las diademas y colgantes

sino el pulso acelerado,

la atracción inevitable

entre dos seres humanos 

cuyos cuerpos juntos arden

y se eclipsan como astros

que quisieran fusionarse…

hasta el día en que los hados 

del desamor los separen,

o la muerte y sus heraldos

si es que llegan estos antes,

como fuera el triste caso 

del plebeyo que fue guayre.

 

NARRADOR

A lo lejos sigue intacto 

entre las olas bramantes

el negro islote de Gando: 

el roque de los amantes.