ARCHIPIÉLAGO
(HOMENAJE EN ESDRÚJULOS A BARTOLOMÉ CAIRASCO)
Septenario archipiélago
anclado frente a las costas del Sáhara,
mecido por los cálidos
y constantes alisios del Atlántico.
Desde el fondo del tártaro
se levantan las columnas magmáticas
hasta que emergen, sólidas,
siete rocas acribilladas por cráteres
y encumbradas, sin óbice,
sobre las mil encalichadas cúspides
que rematan las ínsulas
con formas majestuosamente cónicas
que rigen desde su ápice
rugiente panorama de un océano
embatiendo pletórico
las peñas del Jardín de las Hespérides.
EL HIERRO
Pequeño yunque férreo
en la frontera abismal del océano,
legendario triángulo,
hendido por mordeduras ciclópeas,
de acantilados vértices,
donde reina Garoé, el dios de los árboles,
y su corte de guárzamos.
Dotada por los designios empíreos
de fuentes arbóreas,
lagartos gigantes, pescadoras águilas
y costumbres atávicas
que preservan los pastores indígenas
al compás de las chácaras
y tambores, cuando portan en su cámara
cruzando toda la ínsula
a su Madre serena y amantísima.
LA GOMERA
Rodela del mismo Hércules,
poderoso escudo gomero, símbolo
del orgullo vernáculo,
de resistencia al ataque foráneo,
protector del edénico
legado de los tiempos pretéritos,
del valor ecológico
de su agreste naturaleza intrépida,
con letimes de vértigo,
roques que se imponen con belleza trágica
y una selva laurácea
de esplendorosos tiles y viñátigos
donde desnudas dríades
se solazan junto a las aguas prístinas
del río beatífico
que añoran los gomeros de la diáspora.
LA PALMA
Pubis de Venus clásica,
con su vulva de Taburiente ávida
de los embates hídricos
de la corriente que fluye con ímpetu
desde el Idafe fálico
hasta la angosta salida entre rápidos.
Virgen entre las vírgenes,
isla del nemoroso monte tórrido,
de un verdor tan estentóreo
que se excede en las frondas celebérrimas
de sauce, til y cárisco,
que dan hacia el oriente de la ínsula
y en los llanos ubérrimos,
que sin tregua dan fruto en toda época,
merced a manos hábiles
y al tesoro de las aguas freáticas.
LANZAROTE
Paraíso volcánico
de maternos pechos blancos, irguiéndose
sobre alfombra nigérrima
festoneada de caballones férvidos.
Negro desierto lávico
de sonrientes medias lunas púbicas
que, en su regazo íntimo,
guardan dorado tesoro vitícola.
Malpaíses insólitos,
quebrados paisajes demoníacos
de belleza cesárea
que regurgitan fuego subterráneo
con el ansia flamígera
de mostrar, con sus poderes satánicos,
a todos los incrédulos,
la majestad del artista telúrico.
GRAN CANARIA
Nublado roque áureo
coronado de blancos pechos níveos
que cierran alta cúpula
sobre la marina en perfecto círculo,
tan solo quebrándose
al noreste, en una estelar península
cuyo istmo era un médano
de grandiosos arenales argénteos.
Al sur de ese yermo ámbito
se asentaba El Real sobre un montículo,
junto al oasis mágico
donde refulge el oro de las támaras,
en las riscosas márgenes
de un riachuelo que discurría plácido
hasta llegar agónico
a la vieja ciudad que es hoy metrópoli.
FUERTEVENTURA
Soledad esquelética,
osamenta descarnada y tétrica,
barrancos cadavéricos.
Así describe la hermosura del némesis
el sabio catedrático
desterrado en la isla por demócrata.
Natura siempre árida
brisada por los cantos del océano,
sabiamente ocultándose
tras un rosario de conos volcánicos
en Betancuria y Pájara,
en prevención de las razias piráticas
que devastaron, bárbaras,
las tierras más antiguas de la Atlántida.
¡Desventurada ínsula,
fiel retazo del África sahárica!
TENERIFE
Obelisco titánico
que dominas desde tu atalaya el Atlántico,
blanco fanal marítimo
que convocas con tus destellos ígneos
los ancestrales cánticos
que honran tu omnipresencia mayestática.
Gigantesca pirámide,
tapizada de pinares umbráticos
y de reliquias arbóreas
(verdes-medusas de largos tentáculos),
en ti, el guanche indómito
dejó prendida la tea emblemática
que es el Teide, guiándonos,
como planeta rey a sus satélites,
hasta la cota máxima
de nuestra identificación patriótica.