ROMANCE DE ABENAUARA Y DORAMAS
Autor: Faneque Hernández
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EXORDIO:
EN EL POBLADO DE TUFIA
Dibujo de Borges Linares. Colección Orlando Hdez |
NARRADOR
“Caparazón de crustáceo
tirado en los arenales,
reseco y ensalitrado
al albur del oleaje”.
Esta era, hace unos años,
la metafórica imagen
de un paisaje degradado
en los mapas litorales
del oriente grancanario
donde los discos solares
del mar salían ahogados
entre humos y alquitranes.
De los males del pasado
al presente ilusionante
de un marítimo poblado
que como el fénix renace.
Hoy un sitio preservado,
Tufia otrora fue baluarte
de los antiguos canarios
en las costas del Levante.
Tufia, peñón levantado
sobre la mar circundante
con un taro en lo más alto
para alertar de las naves
que con su velamen blanco
se acercan amenazantes
a hacer captura de esclavos
en las islas del Atlante.
Al norte está el camposanto:
torreones circulares
hacia el cielo escalonados,
sepulturas de gigantes
que con su magado en mano
dieron la vida en combate
protegiendo a su poblado
de invasores y asaltantes.
En la loma hay un rellano
con tres casas circulares,
cruciformes cuando entramos,
con techumbres de ramaje
y un portón siempre orientado
de los vientos al socaire.
Las tres forman el palacio
que fue morada de un guayre
sobrino del rey Bentagao,
del clan de los Semidanes,
señor de todo el condado
y ciudad de los faycanes.
Maninidra lo llamaron
por su astucia memorable
al frente de los lagartos
que se ocultan bajo el jable
cuando en la torre de Gando,
en mazmorras infernales,
los impíos castellanos,
sin respeto hacia el linaje
del supremo matriarcado,
recluyen a dos beldades
para solaz de soldados
entre un lance y otro lance.
Murallas de canto y callao
se alzan a media ladera
para defender el paso
que une la isla a la isleta.
Atrás queda el Atlántico,
al frente, campos dunares,
con cantiles a ambos lados
de taludes verticales.
Al pie del acantilado,
al soco de ventorales,
una cueva es el espacio
reservado a las vestales
cuando en los días sagrados
bajan al mar a bañarse
al son de sentidos cantos
y plegarias ancestrales.
Tufia, volcán aflorado
desde las profundidades,
hoy dormido y esperando
que, con chácaras al aire
y tamboras resonando,
vuelvan las blancas cofrades,
como en las fiestas de antaño,
a desfilar por sus calles.
Por ellas, aún evocamos
el insólito romance
de un renegrido soldado
con una princesa guanche.
La leyenda la escuchamos
en la voz de un viejo vate
que nos recita un adagio
de tiempos inmemoriales:
ANCIANO
El amor es un estado
que no admite gobernantes.
La pasión no anda mirando
las diademas y colgantes
sino el pulso acelerado,
la atracción inevitable
entre dos seres humanos
cuyos cuerpos juntos arden
y se eclipsan como astros
que quisieran fusionarse…
hasta el día en que los hados
del desamor los separen,
o la muerte y sus heraldos
si es que llegan estos antes,
como fuera el triste caso
del plebeyo que fue guayre.
NARRADOR
A lo lejos sigue intacto
entre las olas bramantes
el negro islote de Gando:
el roque de los amantes.
CANTO I
PRIMAVERA
NARRADOR
Dibujo de Borges Linares. Colección Orlando Hdez |
Después de la luna nueva
en que sombra y luz se igualan,
la primavera comienza
en la isla de Canaria.
Saliendo de Cuatro Puertas
en lenta y sinuosa marcha,
con sus albas diademas
y sus túnicas nevadas,
desciende por la ladera
el río de harimaguadas
que al son de sentidas medas
confluye en Ojos de Garza.
CORO DE HARIMAGUADAS
Si en el monte centellea
de amarillo la retama,
ya se van las tibicenas
por la sima de Jinámar.
Si de azul se pavonea
la flor de Tenteniguada,
ya se van por la Marfea
los demonios de las aguas.
Si de blanco se motean
en la cumbre las magarzas
ya se van a sus guirreras
las arpías de Ayacata.
Se achica la noche negra
ante la magia del alba.
Vienen las luces con fuerza
a imponerse en la batalla.
Y una vez hecha la siembra
de candeal y cebada
toca celebrar las fiestas
del año nuevo en Canaria.
NARRADOR
En Tufia ya las espera
el aguerrido Doramas
que en la alta ciudadela,
como adalid de la guardia,
hace honor a la encomienda
que le hiciera Guariragua
de cuidar de las doncellas
mientras ronden por la playa.
Su deber es protegerlas
de peligros y amenazas
porque juntas representan
la razón de ser canaria:
sacerdotisas que velan
por la justicia sagrada
y custodian en sus cuevas
las espigas de cebada.
Al pasar por la cancela
entrecruzan la mirada,
cual si llama intensa fuera,
el guerrero y la muchacha
que en cabeza de la hilera
canta y baila con más gracia
y es sin duda la más bella
de entre todas las maguadas.
Una vez que las romeras
se cobijan en la rada
Doramas pregunta quién era
la joven que le lanzara
amodaga tan certera
que su corazón ensarta
hasta el punto de que pena
por ser de nuevo su diana.
Ya le musitan sus señas:
ANCIANO
De Maninidra, la hermana
y del reino, la heredera,
la llaman Abenauara.
Es tan alta su nobleza
que la bella harimaguada
si su madre falleciera
fuera al punto coronada.
Todo el pueblo la venera
como futura matriarca,
como diosa aquí en la Tierra,
como a la Venus de Tara.
Si en el Sábor advirtieran
que pretendes a esa infanta
te aseguro que te espera
la mayor de las desgracias.
Como la futura reina
de Telde y quizás de Gáldar
a esa joven le reservan
el gran sitial de Andamana.
Así que olvídate de ella
y echa el ojo a otra muchacha
de más prietas posaderas
y de pechos más dotada.
NARRADOR
Del susto mudo se queda
el impasible Doramas.
Su condición de princesa
arruina sus esperanzas
pues, aunque luce melena
desde que el faycán lo nombrara
adalid por su destreza
en el uso de las armas,
trasquilada su cabeza
llegó a la vida en Utiaca
en una familia plebeya
que cría cerdos y cabras.
En su piel bien se refleja
que no es de la egregia casta
que toda la isla gobierna
desde tiempos de Andamana.
Bruno de pies a cabeza,
de estatura más bien baja,
recio de brazos y piernas;
rudos rasgos que delatan
su más que humilde ascendencia
que de no mediar hombradas
de por vida lo condenan
a servir a los que mandan.
DORAMAS
Si su amor me concediera
la joven harimaguada,
a los hijos que me diera
les prometo que mi espada,
mi carcaj y mi rodela
con orgullo han de llevarlas
en recuerdo de mis gestas
en los campos de batalla.
Si los astros bendijeran
mi unción con Abenauara,
heroicas serán las proezas
y grandiosas las hazañas
del señor de piel trigueña
que a una mano blande espada
por pesada que esta sea;
que impulsa las amodagas
y las bimbas con tal fuerza
que los blancos despedaza;
que se escurre cual morena
de los dardos que le lanzan;
que siempre, siempre, en la brega
muy altivo da la cara
y luchando con nobleza
honrará siempre a su patria.
CANTO II
VERANO
Dibujo de Borges Linares. Colección Orlando Hdez |
NARRADOR
Oye el cielo las plegarias
del guerrero enamorado:
la corte de harimaguadas
llega de nuevo al poblado.
Celebran ahora las galas
de las fiestas del verano
cuando el sol en sus andanzas
se sitúa en lo más alto.
Esa noche, Abenauara
después de muchos recados
y mensajes de añoranza
viene a verse con su amado.
En la cueva porticada
descansan en sueño plácido
unas doce damas blancas
con sus ayas al cuidado
cuando una imagen tocada
con vistoso velo blanco,
sin que suenen sus pisadas,
de la cueva sale al raso.
Sola, la joven maguada,
sube el sendero temblando
pues sabe que en la atalaya
ya su amor la está aguardando.
No está ida la muchacha.
Tres lunas lleva tramando
su reencuentro con Doramas
sin que lo sepa su hermano,
quien por ley inveterada
el día grande del año
ha de marchar hacia Umiaga
al pie de los Riscos Blancos.
Es por esto que Doramas
recibe a su amor en el taro
sin peligro en lontananza,
solos los dos en el tálamo.
Vuela la noche estrellada
y los dos, princesa y fauno,
cuando el sol sale del agua
y la luna pierde el halo
aún retozan por la playa
por las olas arrullados:
rubia arena remojada
sobre negruzco callao.
Con la luz de la alborada
andan juntos de la mano
hasta la breve fontana
de Aguadulce, donde ambos,
jurándose eterna alianza,
elevan al cielo un cántaro
y al sorber de sus entrañas
anuncian que se han casado.
El son de las caracolas
los devuelve a cuerdo estado.
Advierten de la llegada
de Maninidra al poblado.
DORAMAS
Somos uno, Abenauara.
Bebimos del mismo gánigo.
Retorna a la Cueva Santa
que yo hablaré con tu hermano.
Te lo juro, Luz de Plata,
que aunque me ponga reparos
viviré cada mañana
despertándome a tu lado.
Corre, ve y dile a las ayas
que nos unieron los astros,
que la luna hizo la magia
y el sol bendijo los fastos.
ABENAUARA
Prometo, mi luz dorada,
serte fiel aun cuando el Sábor
no quiera verme casada
con alguien del pueblo llano.
Desde hoy seré la dama
del intrépido soldado
que esta noche se adentrara
en vergel jamás hollado.
¡Adiós, diademas de nácar;
adiós, collares perlados.
Yo no ansío más alhajas
que tus caricias y halagos!
¡Adiós, zaleas de lana,
adiós, tocados de blanco,
me conformo con el aura
de tus cálidos abrazos!
NARRADOR
Se presenta el buen Doramas
ante el guayre en su palacio
pidiendo que le dejaran
exponer sus alegatos.
DORAMAS
Soy rehén de Abenauara.
Juro por lo más sagrado
que a la prima luz del alba,
ella y yo nos cautivamos.
Me entrego pues a mi amada
con el honor de un soldado
que se rinde ante las armas
de su belleza y encanto.
Ante tales circunstancias,
estamos tú y yo forzados,
como dicta vieja usanza,
a entendernos cual cuñados.
Un rebaño de cien cabras
y un morral con siete dardos
te ofrezco en señal de arras
para sellar el contrato.
Yo soy un hombre de raza,
tan libre como el milano,
mas si aceptas esta alianza
seré tu mejor vasallo.
NARRADOR
Tras confirmar con las ayas
el suceso infortunado
que a su casa trae la infamia
de tener a un trasquilado
moceando con su hermana,
maldice al prieto soldado
y lo expulsa de la sala
con la voz y el gesto airados.
MANINIDRA
Lo que planteas Doramas
es bien propio de villanos
mas no de la excelsa casta
que el poder tiene en sus manos.
Es la bella Abenauara
mucha flor para un chaparro.
¡Quien con ella se casara
será un rey y no un lacayo!
Prohíbo pues tus andanzas
por mi teldense condado,
y que rondes a la infanta
so pena de ser riscado.
No eres digno de esta casa
cuyo nombre has deshonrado.
¡Maldito seas, Doramas!
¡Perro negro! ¡Trasquilado!
CANTO III
OTOÑO
Dibujo de Borges Linares, Colección Orlando Hdez |
NARRADOR
¡Al destierro va Doramas!
Con dureza en el semblante
se encamina hacia la raya
con el cantón del levante
donde el hidalgo Autindana,
de Agüimes apuesto guayre,
lo recibe en honda estancia
ofreciéndole un brebaje.
AUTINDANA
Bienvenido seas, Doramas,
a estos sureños parajes
donde vive gente brava
que no se inclina ante nadie.
Como jefe de la guardia
serás desde hoy responsable
de los pasos y cañadas
que abren las puertas del Valle.
De Temisa hasta Arinaga,
y de Aguatona hasta el jable
serás señor de mis armas
para contener los lances
de las mesnadas cristianas
que talan los higuerales
y nos rapiñan las jairas
para matarnos de hambre.
Tienes toda mi confianza
pero has de jurarme antes,
ante la Venus sagrada,
en la cueva del gigante,
que no cruzarás la raya
para ir tras de tu amante.
No quiero más agarradas
con los fieros Semidanes.
Deja pues que esa muchacha,
cuando el destino lo marque,
se convierta en la matriarca
del gran reino del levante.
NARRADOR
Mientras tanto, Abenauara
no reniega de su enlace
a pesar de la amenaza
de su encierro en negra cárcel,
que se cumple a la llegada
de las calmas otoñales
cuando a un roque la trasladan
que es a nado inalcanzable.
MANINIDRA
Te lo dije, Abenauara:
vienes del sacro linaje
que reina en Telde y en Gáldar.
¡Con él no puedes casarte!
Tendrás que aprender, ingrata,
que aun siendo todos mortales
unos son los que trabajan
y otros somos… gobernantes.
NARRADOR
Ya la llevan sobre balsa
hecha de troncos de sauce
hasta la peña alejada
donde anidan los charranes.
Por dos ayas vigilada
pasa allí penalidades
comiendo burgao y lapas,
durmiendo en lecho de jable.
Un brazo de mar separa
el roque de sus pesares
de la ensenada del Ámbar
donde acechan los guardianes.
La noche es para Doramas,
desnudo cual negro arcángel,
la mejor de las aliadas
cuando se apresta al rescate.
En la fría madrugada,
con los destellos de Marte,
a la mar brava se lanza
de un cantil alto y tronante.
Contra las olas batalla
hasta llegar a la base
de las columnas de lava.
Las murallas abismales
ciegamente las escala,
y en la cima del escarpe
grandes voces da a su amada
que se pierden por los aires.
DORAMAS
¿Dónde está mi Abenauara,
señora de estos lajiales?
¡Si los astros no me fallan,
conmigo voy a llevarte!
NARRADOR
Las mareas se agigantan,
se avivan los vendavales.
La luna se une a la magia
de las fuerzas naturales,
irradiando una luz blanca
que toda la peña barre
hasta dar con la barraca
donde una cautiva yace.
La puerta en pedazos salta
y ante su terrible imagen
huyen chillando las ayas
y una voz dice:
ABENAUARA
Adelante,
buen Doramas. Te esperaba.
Me anunciaron los charranes
que vendrías hoy sin falta
cruzando a nado los mares,
y de salitre empapada
me cogerías del talle
para llevarme en volandas
sobre las marinas fauces.
Mas ya pierdo la esperanza
de llegar a la otra parte.
Si la corriente me arrastra,
si el remolino me atrae,
¿qué no harán de mí las bajas?
Es tan fuerte el oleaje
y el fragor de la resaca
que me temo que no aguante.
DORAMAS
Aquí traigo a mis espaldas
como amoroso detalle
dos odres de piel de cabra
que, bien henchidos de aire,
te harán flotar como el ámbar.
No voy, mi bien, a soltarte
hasta que hagas pie en la playa
de las garzas imperiales.
Allí mis hombres aguardan
ocultos en los tarahales
para escoltar nuestra marcha
hasta los Morros del Valle.
ABENAUARA
Aquí adentro en mis entrañas
bulle sangre de tu sangre.
¡Sí! No pongas esa cara
pues muy pronto serás padre.
Si esta noche nos dejaras
en la orilla sin percance,
te lo aviso, Nariz Chata:
¡a besos voy a matarte!
CANTO IV
INVIERNO
Dibujo de Borges Linares. Colección Orlando Hdez |
NARRADOR
Junto al río Guayadeque
renuevan su juramento
y al poco los astros vienen
a colmarlos de contento.
Con la tersura del vientre
y la sazón de sus pechos,
Abenauara se siente
la reina del universo.
Días claros, relucientes,
inusuales en invierno,
que de pronto palidecen
cuando fondea un velero
en la rada del oriente
de la armada de don Diego
y el pacato rey de Telde
les concede asentamiento.
Enseguida se hacen fuertes
e inician la obra de un templo
que en reducto se convierte
de elevados paramentos.
De allí parten diez jinetes
en raudo destacamento
a la caza de mujeres
con las que saciar su celo.
Hacia Arinaga se mueven
en su alocado trayecto
y al llegar a Risco Verde
preparan los aparejos.
Abenauara e Iruene,
princesa y dama del reino,
son las piezas que en las redes
de su lujuria cayeron.
Al saberse a sol naciente
a través de mensajeros
que en las mazmorras del fuerte
las maguadas son objeto
de violencias inclementes,
impensables en su acervo,
Doramas corre hacia Telde
en demanda de refuerzos.
En un tagoror urgente
sellan los guayres del reino
el asalto a las paredes
del torreón extranjero.
Son los más los que defienden
atacar sin miramientos
y los menos, más prudentes,
los que apuestan por un cerco,
pero ante el reto de verse
expuestos a un largo asedio
de otros planes se convencen
tirando de refranero:
AUTINDANA
Al veril la vieja viene
a morir en el anzuelo
si de engodo se le ofrece
buen majado de cangrejo.
DORAMAS
A la orilla el morión viene
hasta meterse en el cepo
si una boga que colee
de carnada le ponemos.
MANINIDRA
Y en la charca, ¿cuántos pejes
pueden caer en el cesto
si impedimos con las redes
que regresen mar adentro?
BENTAGAO
Como altivo rey de Telde
y todos los predios sureños,
nombro dos lugartenientes
para echar redes y anzuelos.
En las playas del naciente,
Maninidra y sus guerreros
esperarán sin moverse
el tercer toque de cuerno.
A orillas del Guayadeque,
con el engodo dispuesto,
Doramas y sus rebeldes
tendrán listos los anzuelos.
NARRADOR
Esa tarde, a sol poniente,
al ver cabras a lo lejos,
sale una escuadra del fuerte
tras del preciado sustento.
Al cruzar el Guayadeque
el carrizal es tan denso
que la emboscada se cierne
sobre los treinta cuatreros.
A todos ellos dan muerte
los altahayes sureños
y a la mañana siguiente,
con sus ropajes y yelmos,
corren aprisa hacia el fuerte
con cien reses por trofeo,
perseguidos por ingente
turbamulta de guerreros.
Desde que en la torre advierten
el apurado regreso
abren puertas por que entren
las jairas al matadero.
Nubes de polvo se extienden
al paso de los cabreros,
cuando suenan de repente
broncos bramidos de cuerno.
Bajo la arena durmientes,
se alzan los bravos guerreros
de Maninidra, el valiente,
y juntos invaden el puesto
en oleadas rugientes,
abatiendo a los piqueros,
tiradores y jinetes
que osan salir a su encuentro.
Chemida, alcaide del fuerte,
al ver sus vidas en riesgo,
arriando su gallardete,
rinde la plaza al isleño.
Doramas libera a Iruene
y a Abenauara del cepo
y abrazado a la que quiere
se desborda su despecho.
DORAMAS
Amor mío, dime quiénes
han profanado tu cuerpo.
Antes de que el sol se acueste,
arderán a fuego lento.
Y arderá también el fuerte
como faro del infierno
hasta que de él no queden
sino cenizas al viento.
ABENAUARA
Buen Doramas, contente.
No me tocaron ni un dedo.
Fue mi pobre aya Iruene
la diana del desenfreno.
El castellano del fuerte
algo sabe de lo nuestro
pues ordenó protegerme
de mis propios carceleros.
EPÍLOGO:
LOOR A DORAMAS
Dibujo de Borges Linares. Colección Orando Hdez |
NARRADOR
De la torre de la infamia
que hubo una vez en Gando
no quedaron ni las trazas,
gracias a los trabajos
del grandísimo Doramas,
hasta ayer un desterrado
y hoy heroico hombre de armas
por todo el pueblo aclamado.
Maninidra lo reclama
ante sí en su palacio
y delante de su hermana
le da un fortísimo abrazo.
MANINIDRA
Te hago saber, Nariz Ancha,
que en Tufia te espera el cargo
de capitán de la guardia,
el que ejercías antaño.
Mas ahora en la atalaya
tendrás tu propio palacio,
y en la punta de la cala
el pesquero de los sargos,
y en las cuevas de la playa
el hogar más asocado,
junto a las límpidas aguas
de un radiante mar echado.
Tufia entera tiene a gala
ser la plaza del hidalgo
que salvara a su maguada
del peor de los agravios.
NARRADOR
Luego le dice a su hermana:
MANINIDRA
Pues tus derechos sagrados
como noble y regia infanta
por Doramas has trocado,
has de saber que en Agáldar,
en el Consejo de Ancianos,
como nueva Abenauara
a tu prima ya nombraron.
Retiro pues mi amenaza
y en señal de desagravio
por las penurias pasadas
aceptaré de buen grado
tu casorio con Doramas,
ya que ahora, como hidalgo
caballero de esta plaza,
podrá pedirme tu mano.
ABENAUARA
Soy la esposa de Doramas
desde que en Tufia brindamos
con manteca y miel de palma
ante el altar del Atlántico.
Desde ese día de gracia,
penas y gozos comparto
con todo un hombre de casta
como bien ha demostrado.
NARRADOR
El romance aquí se acaba
mas no sin antes contarnos
qué fue del bravo Doramas
tras la victoria de Gando.
En la frontera con Gáldar
se le concede el condado
de los Valles de Las Palmas,
alto honor para un hidalgo
que al frente de su mesnada
es señor de todo el campo
de Tenoya hasta Jinámar,
con morada en un palacio,
una cueva bien labrada
en el monte de los dragos,
donde a las noches de plata
siguen los días dorados.
Hasta que velas cristianas
el horizonte ocultaron
y en La Isleta desembarca
un tropel de mercenarios
que por la cruz y la espada,
cruzando arenales blancos,
levantan en Guiniguada
un real como el de Gando.
Partirán de allí las razias
que arruinan todo a su paso,
talando higueras y palmas,
prendiendo fuego a los campos,
emponzoñando las aguas,
destruyendo los poblados,
muriendo gente a mansalva,
y hasta el mismo Bentagao.
Y es entonces que el de Utiaca,
con todo el pueblo a su lado,
en nombre de Abenauara
se proclama soberano.
Mas el nuevo rey de Gáldar
su ley impone ante el Sábor
para hacer de Gran Canaria
un gran reino unificado,
concediéndole a Doramas
pintaderas de alto mando
y el condado de Lairaga
en la selva de los lauros.
Pero esas son otras andanzas
que otra noche les contamos.
Nuevas victorias aguardan
al héroe de los alzados,
el de las narices anchas,
del pelo negro y rizado,
de recios brazos y espaldas,
de corazón temerario,
cuya memoria se ensalza
en todo el orbe canario
porque el rebelde con causa
cayó en Arucas bregando.
¡En la arena de mi patria,
jamás hubo en el pasado
ni habrá nunca en el mañana
luchador más laureado!
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