domingo, 5 de enero de 2025

Prólogo de Manuel Lobo a "Tres dramas de la historia de Canarias"

PRÓLOGO A TRES DRAMAS DE LA HISTORIA DE CANARIAS CON NOMBRE DE MUJER


Manuel Lobo Cabrera. Catedrático Emérito de la ULPGC. De la Real Academia de Historia

 

Ilustración de Pepe Socorro


 

 

Faneque Hernández nos sorprende gratamente con su propuesta editorial Tres dramas históricos con nombre de mujer, dos en verso romance, que es a nuestro juicio donde mejor navega el autor por ser la composición poética que mejor se adapta a su propósito, toda vez que la misma fue muy popular en el siglo XV donde se sitúan dos de los dramas y además porque los romances se componían para ser cantados e incluso para ser teatralizados. El otro, una narración a modo de monólogo, está escrito en prosa a modo de una epístola de hija a madre.

En los tres dramas, tal como el autor ya nos tiene acostumbrados, se recuperan para la memoria colectiva acontecimientos que sucedieron en Canarias entre fines del siglo XV, 1496, y comienzos del XVII, 1608, donde las principales protagonistas son tres mujeres: indígenas, pobladoras y libertas.

Los acontecimientos narrados hunden sus raíces en episodios de la Historia de Canarias poco conocidos, pero que se nos presentan como hechos singulares, igual que hiciera con otros episodios que fueron elaborados en poesía, teatro y novela histórica como con La reina de CanariaCantos de mestizajeRomancero sureño y Abenchara, entre otros, donde se detiene en hacer un canto al mestizaje que nos sumerge en la memoria de los distintos pueblos que con su esfuerzo hicieron posible una nueva sociedad, entre ellos, los indígenas, los europeos y los africanos

En el texto que nos presenta, además del drama, del cual son protagonistas tres mujeres de distinta procedencia, -canaria, europea y africana-, el autor se recrea en los textos documentales utilizados para dicho fin cuyos originales se conservan en el Archivo General de Simancas, en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas y en el Archivo del Museo Canario, Fondo Bute. 

Cada uno de los textos narrados bien en verso bien en prosa tiene una problemática distinta pero entre ellos hay alguna convergencia representada por mujeres de distinta extracción social que vivieron aquellos momentos en una sociedad que empezaba a cristalizar con la llegada de nuevos pobladores desde distintos lugares de Europa.

En el primer drama, que el autor titula de María Afonso, nos encontramos con un suceso acaecido en el siglo XV que de acontecimiento local deviene en tragedia aunque con un final feliz gracias a la intervención nada menos que de la cúspide social de la iglesia, el cabildo catedral.

Los personajes, de carne y hueso, vecinos de la Villa del Real de Las Palmas en 1496, cuando esta empezaba a despertar y a ampliarse a partir del campamento militar,  identificados mediante pequeñas biografías que acompañan al texto, conforman tal escándalo en la pequeña urbe, antes nunca visto, que el expediente del proceso y sus particularidades y desencadenantes llega hasta la corte, razón por la cual se encuentra en el archivo más importante de la Edad Moderna.

El romance, donde van interviniendo todos los personajes de acuerdo al orden que guarda el expediente, mediante sus intervenciones y las de un narrador que nos va situando, recoge todos los pormenores del proceso mediante el expediente de información pública que al respecto se hace. Lo inicia el acto judicial por el cual la protagonista María es condenada a ser degollada por su marido, tal como establecía la ley, por haber cometido el grave delito de adulterio. El castigo debía realizarse amarrada a la picota en la plaza mayor de la ciudad, en aquella época la de los Álamos, delante de la iglesia vieja y de la casa del gobernador, y hacia allí la lleva el carcelero hasta la columna del castigo, ubicada en el centro de la plaza, donde debía llevarse a cabo el degollamiento una vez sujeta a la columna. 

En esta primera parte de este drama, repartida en tres escenas, intervienen, según se colige del expediente, por este orden, el escribano, quien da cuenta del pleito y expediente elaborado a partir de la denuncia de Gonzalo Díaz, maestre de azúcar, de origen indígena, de los llevados a Madeira que regresa a Gran Canaria, casado con la portuguesa María Afonso, su mujer, a quien acusa de haber cometido adulterio con el también portugués Juan Alfonso. A continuación, toma la palabra el alcalde mayor, como instructor del pleito y máximo autoridad jurídica en el momento, al no existir todavía la Audiencia, quien lee la sentencia y la correspondiente condena y la entrega al pregonero municipal para que la haga pública y convoque a los vecinos para que sirva de escarmiento.

La pena impuesta es la capital contra la cual la acusada se querella al sostener que todo había sido una intriga de su marido para desposarse con quien ya pretendía, una mujer noble de la antigua estirpe canaria, previo repudio de su marido, Maciot de Bethencourt. Nos referimos, y se refiere la principal actora del drama, a doña Luisa de Bethencourt, conocida en lengua indígena como Tenesoya.

A partir de ahí, las autoridades entregan a María Afonso a su esposo para que cumpla la condena, momento en que los miembros del cabildo catedral, advertidos de lo que iba a suceder por ser testigos presentes dada la cercanía de la catedral, se convierten en figuras destacadas dentro del drama, al impedir primero con las palabras, luego con actos litúrgicos y finalmente con la fuerza que María fuera degollada. 

El cortejo catedralicio lo formaban figuras eminentes como los canónigos Jorge de Vera, hijo del gobernador Pedro de Vera, López de Oro, Fernán Álvarez, junto con los racioneros Esquivel, González, y Troya, con el acompañamiento del clérigo Álvaro Hernández y el sacristán de la catedral.

En efecto, ante la insistencia de los capitulares y la tozudez del marido, los primeros optan por llevarla en andas e introducirla en el interior de la iglesia catedral, evitando así que el esposo la pudiera ajusticiar. El acto de fuerza y de violencia realizado por los abades sorprende a los presentes, entre ellos a las autoridades civiles, razón por la cual el expediente, ante el conflicto generado entre la justicia real y el cabildo catedral, es elevado al Consejo Real de Castilla para que dictaminara sobre el mismo.

El romance continúa en una cuarta escena añadida por el autor, más allá del expediente, con la presencia ante escribano de doña Luisa de Bethencourt, esposa que había sido del indígena y maestro de azúcar Gonzalo Díaz, con quien pudo casar al aplicársele divorcio por el adulterio cometido por su mujer. En esta última parte Tenesoya es la protagonista aclarando no solo su descendencia sino también los derroteros de su vida y el repudio que posteriormente aplica también a Gonzalo Díaz.

Los indígenas están presentes tanto en este drama como en el siguiente, mujeres principales y hombres singulares, y ponen en evidencia algunas de las prerrogativas concedidas por los reyes a las mujeres, posiblemente a las pertenecientes al linaje regio, aunque pensamos que pudo ser extensivo. Mujeres principales fueron doña Luisa de Bethencourt, nuestra Tenesoya, hija del guayre Aymedeyacoan o del guanarteme del Telde, aquí se contradicen los historiadores, y Catalina Hernández Guanarteme, hija de don Fernando Guanarteme, la única de nuestras princesas nacida en tierra peninsular y la única de la que solamente conocemos su nombre castellano. 

En dos de los dramas están presentes estas mujeres de linaje regio, por un lado, Luisa, como segunda esposa del principal personaje de la primera trama, y por otro, Catalina, como narradora de sus vivencias y de su situación y del repudio que su madre Abenchara le hiciera a don Fernando Guanarteme por haberla dejado atrás con su hija en el alcázar de Córdoba, cuando retornó de su primer viaje a la Península.

Abenchara, castellanizada como Juana Fernández, Luisa y Catalina tienen en común, que ambas son del principal linaje de la isla, y ambas también coinciden en el hecho de que repudian legalmente  a alguno de sus maridos. Luisa repudia a un personaje linajudo, Maciot de Bethencourt, de consideración social por descender de los primeros conquistadores de las islas señoriales. Catalina por las mismas fechas repudia a un destacado conquistador de la isla llamado Pedro de Vega, apodado el rey. Y con antelación a todo esto Juana Hernández había repudiado a don Fernando Guanarteme. 

La explicación a estos hechos, avalados por la iglesia, puede estar en relación con los pactos suscritos en Calatayud y en Córdoba entre los representantes de la población indígena y los reyes católicos, en donde se daba dispensa para que sus mujeres principales, toda vez que eran matrimonios entre desiguales, pudieran rechazar a sus maridos. No obstante, esta situación no fue exclusiva de Gran Canaria, pues en Tenerife encontramos algo similar, en donde una guanche, Catalina, da poder en 1508 para que su representante pueda conseguir la nulidad de su matrimonio. En esta causa la indígena alega el motivo de que su marido no la engendraba tal como mandaba la santa madre iglesia, y por ello daba poder a un personaje de apellido Villagarcía para que actuara en todos sus pleitos y causas, y especialmente para que reclamara ante los jueces civiles y eclesiásticos sobre su matrimonio, pues ella estaba casada con otro indígena, el guanche Miguel, quien al parecer  no hacía vida marital con ella por lo cual se encontraba en la situación de que no podía engendrar por todo lo cual pide que se ponga remedio a la situación que vive.

 Las razones alegadas, falta de convivencia y la resignación no eran razones suficientes para mantener el matrimonio, por lo que se decide acudir a los tribunales eclesiásticos, lo que indica en este episodio cierta integración en los nuevos modelos de actuación. Aunque en este caso no se alude a malos tratos, las razones señaladas eran más que suficientes para fundamentar su petición. También observamos en este ejemplo como la esposa, al igual que acontecía en otros lugares, adquiere total protagonismo cuando se trata de solicitar la separación matrimonial ante los jueces eclesiásticos de la diócesis de Canarias. A ello debe unirse, el hecho de que tampoco fuera extraño que la indígena pidiera el divorcio de su marido por no ser engendrada. No obstante, detrás de todo este aparato jurídico, se escondían otras razones, pues el tal Miguel, no es otro que Miguel de Azate o de Güímar, y Catalina es Catalina de Güímar, posiblemente mujer principal del citado bando de paz.

La aceptación aquí de la nulidad, solicitada por una indígena, quien la pide quizá para facilitar la unión de Miguel con otra mujer principal, Isabel de Abona, hermana del mencey del mismo bando, en quien hubo descendencia, demuestra que la denuncia apoyada en que el varón no la engendraba era falsa, pero según su antigua costumbre se evidencia que por este hecho un hombre podía ser repudiado. Sin embargo, Miguel en su segundo matrimonio sí hubo hijos, lo que puede darnos a entender que en este caso hay otras razones, quizá políticas, para favorecer la unión de dos notables indígenas de bandos de paces: Güímar y Abona. 

En dos de los textos literarios, el primero y el tercero, existe la coincidencia de que se narra el pecado de adulterio, que venía a significa pecar contra un sacramento, el del matrimonio, instruido por Dios. Este delito parte de una relación extraconyugal, bastante frecuente en aquella época que era considerada socialmente muy grave, lo que va unido en ocasiones a un elevado índice de conflictividad y de violencia. 

La legislación eclesiástica lo consideraba a todas luces como un grave pecado, como una ofensa moral que merecía un castigo en correspondencia con su gravedad, y a la vez lo aceptaba como motivo de divorcio si el cónyuge engañado así lo estimaba, que es lo que sucedió en el caso de María Afonso. Asimismo, la justicia civil, ante quien se denunciaba el delito actuaba con mayor dureza y con mayor eficacia incluso en la represión de dicho pecado, al considerarlo como un crimen repudiable, y por tanto la mujer podía ser condenada a cárcel o incluso a ser ajusticiada.

El segundo drama con el que Faneque nos recrea a través de una narración, a partir de una última carta que Catalina Hernández Guanarteme, ficticiamente, escribe a su madre, residente en Tenerife. En el texto se nos cuenta la historia de la hija de Abenchara y de Tenesor Semidán, nacida en Córdoba y llamada Catalina, a la vez que se nos ilustra, a través de sus confesiones, acerca de cómo el linaje matrilineal, aunque las mujeres siguieran manteniendo ciertas prerrogativas, se va ir desvaneciendo en la nueva sociedad al quedar la mujer relegada a un segundo plano. Ambos personajes han merecido la atención literaria y la querencia de Faneque, tanto por las circunstancias como por los tránsitos vividos por ambas mujeres.

En este caso el relato nos sitúa en Agüimes, en el mismo momento, febrero de 1526, en que Catalina Hernández Guanarteme, así se llamaba la hija de don Fernando y Abenchara, dictaba su testamento y su memoria de bienes a Blas Rodríguez, su tercer esposo, mestizo con sangre indígena en sus venas, mientras que los anteriores eran peninsulares, un leonés y un navarro. En la misiva que, moribunda, le dicta a su esposo, Catalina tiene un recuerdo final para su madre, la Abenchara indígena, y relata sus últimos pensamientos para que su marido le haga entrega de la epístola a sus hermanos de madre.

En esta memoria última Catalina hace un recuento de su vida pasada y presente, pues hace partícipe a su progenitora de la enfermedad que le lleva a la muerte. La distancia que el tiempo había tejido entre ellas hace que rememore sus primeros años, allá en el alcázar de Córdoba, y el abandono que sufrió siendo niña, al quedar al cuidado, como menina, de la infanta María, hija de los reyes católicos. En recorrido mental hace recuento de sus hermanos, habidos por su madre, de dos enlaces posteriores, y de las vicisitudes y atropellos sufridos por ella a manos del gobernador Pedro de Vera, hasta que finalmente es liberada gracias a la intercesión de otros indígenas y a la buena voluntad de la reina Isabel.

La tristeza que desprende su relato es notoria, y así lo quiere hacer destacar Faneque, pues ambas nunca volvieron a encontrarse a lo largo de tiempo, y ambas pasaron humillaciones y vejaciones, que pudieron quebrar gracias al derecho que las asistía como miembros del linaje real indígena para anular uno de sus matrimonios por no haber tenido el marido con ellas la dignidad y respeto que merecían. Catalina casó tres veces y su madre hizo lo mismo y ambas tuvieron hijos de sus tres maridos, tal como recoge el relato y los hechos históricos así lo confirman.

El tercer drama, escrito y verseado en romance trata sobre otra mujer, en este caso liberta y mulata, de color loro, a partir del proceso inquisitorial incoado a María García, hija de un prieto y de una morisca, vecina de Teror, acusada de hechicería, que se encuentra en el Archivo de la Inquisición, colección Bute de El Museo Canario.

La historia hunde sus raíces en el sistema esclavista implantado en Canarias después de la conquista, con la presencia de cautivos africanos en la isla. Los mismos, tanto si estaban en cautiverio como si eran ahorrados, solían unirse en matrimonio con personas de su misma condición, pues el sacramento estaba respaldado y defendido por la iglesia. También es cierto que muchas de estas esclavas casaban con hombres libres, como es el caso de María, que se une a un viejo portugués.

Comienza el drama con la exposición que hace la mulata, a través del discurso de su vida, en la parte final del proceso, antes de que los inquisidores dieran su sentencia definitiva, donde la acusada relata no solo sus antecedentes familiares sino sus venturas y desventuras en el seno de la sociedad, desde su nacimiento hasta su matrimonio. Así relata su infierno personal y las tentaciones que la llevaron a ser violada por mediación de una alcahueta con grave quebranto de su persona al ser sorprendida por su marido, un viejo poblador portugués impotente a quien habían dado aviso de lo que iba a suceder.  Fue de enorme magnitud la resonancia social del hecho a la vista del espectáculo que supuso su procesamiento por adulterio, al igual que aconteciera en el primer drama, aunque en este caso María García, después de sufrir dos años de cárcel, fue liberada al condenar la Audiencia a la mediadora como responsable del acto violento. 

El repudio informal que le hace su marido, quien se niega desde entonces a convivir con ella, el abandono de sus familiares y la muerte de su madre, según sus palabras, la sumieron en la soledad, de ahí que, para ganar su sustento, pasara a echar suertes, a hacer buenos servicios con sus hierbas curativas y a conseguir enlaces con sus sortilegios. Todo ello se narra a través de los versos que desembocan en la defensa que ella hace de sus quehaceres, alegando que nada de eso era brujería sino tan solo supersticiones que va desgranando con sus tipos y formas como medio de ganarse la vida. Sin embargo, la sentencia del tribunal fue condenarla por hechicería imponiéndole como castigo en día festivo y a mitad de la misa salir caminando desde la catedral, desnuda de cintura para arriba, con la soga al cuello, la coroza puesta, y una vela encendida en sus manos, hasta la plaza mayor donde, después de escuchar su sentencia, abjura de su pasado.

En este drama se demuestra que la hechicería era considerada como un acto reprobable y sancionable ya que afectaba tanto al alma cuanto al cuerpo de una persona, porque se entendía que quebrantaba su libre albedrío y modificaba su voluntad a la vez que podía deteriorar la salud, puesto que en algunas ocasiones el hechizado podía morir a resultas de los brebajes que la hechicería le ofrecía. Sin embargo, esta hechicera, tal fue la acusación, ni hacía pactos con el diablo ni utilizaba magia negra, y actuaba sola, aunque había aprendido hechizos de otra mujer negra, y al acudir a ella el vecindario se viene a confirmar que era aceptada en su entorno.

Estas son las historias y los dramas que encierran los romances y el relato epistolar que Faneque, con su capacidad literaria, nos ofrece, donde nos cuenta tres tragedias, aunque alguna tuviera un final benévolo, que aspiran a ser representadas en un escenario. Los tres se convierten en un relato literario inspirado en hechos reales con fidelidad histórica. En la ejecución de la composición, el autor demuestra su facilidad para poner en verso dos episodios históricos, lo que viene a corroborar las dotes poéticas que ya nos ha demostrado en otras composiciones suyas, combinando así su faceta de historiador, compositor, genealogista y dramaturgo, tal como nos lo ha manifestado en obras similares. Por todo ello agradecemos al autor que nos haya acercado a la historia de estas tres mujeres que sufrieron la injusticia de sus maridos y de las autoridades.

 

 

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