PRÓLOGO
Faneque Hernández Bautista
Profesor de Historia de Educación Secundaria
Año 2012
Resulta cuanto menos extraño que sea yo, uno de sus seis hermanos, quien asuma la responsabilidad de prologar esta publicación de Roberto Hernández. Que nadie quiera ver en ello condescendencia alguna a la hora de valorar su trabajo. Se trata de una hermandad que sobrepasa los lazos familiares y que nos une aun más que la propia sangre; me refiero al amor por la cultura e idiosincrasia del pueblo canario a quien servimos como profesores de Ciencias Sociales de educación secundaria, en horario laboral, y como estudiosos de su historia en el tiempo que podemos quitarle a la familia.
Cada escrito que pergeñamos, literario o histórico, es objeto de una profunda revisión crítica por parte del otro, aportándonos sugerencias e ideas y corrigiéndonos erratas y errores mutuamente. Pero esta vez me encarga Roberto la responsabilidad de un prólogo y estas son palabras mayores pues quedan escritas para siempre y pueden ser leídas por personas que desbordan el círculo de dicha hermandad cultural.
Trataré pues de ponerme a la altura de este magnífico trabajo de investigación sobre los Semidanes de Canarias en el que su autor demuestra un dominio exhaustivo de todas las fuentes conocidas sobre el tema para ilustrarnos, con muy interesantes conclusiones, sobre las claves del poder aristocrático ejercido por la familia real canaria y sobre el papel crucial que juegan en la transición entre el mundo indígena y el colonial europeo hasta conformar la Canarias mestizada de hoy.
Estas ideas, que sé de seguro que compartimos, se expresan de forma bella y directa en el Manifiesto de El Hierro de 1976, un posicionamiento indigenista de intelectuales y artistas canarios en los albores de la democracia para intentar salir de la oscuridad de los tiempos coloniales:
La pintadera y la grafía canarias son símbolos representativos de nuestra identidad. Afirmamos que han sido un estímulo permanente para el arte canario. Reclamamos la legitimidad del origen autóctono de nuestra cultura.
Nunca podrá ser destruida la huella de nuestros orígenes. Ni la conquista, ni la colonización, ni el centralismo, han logrado borrar la certidumbre de esta cultura viva. No negamos los lazos que nos unen a los pueblos de España, pero reivindicamos nuestra propia personalidad.
En el proceso histórico, hemos asimilado aquellos elementos que han servido para conformar nuestra peculiaridad, y rechazado lo que no se acomodaron a ella. Nuestra universalidad se fundamenta en nuestro primitivismo.
Contra el tópico del intimismo, nuestra vocación universal. Contra la pretensión de cosmopolitismo, nuestra raíz popular. Contra la acusación de aislamiento, nuestra solidaridad continental.
No voy a glosar paso a paso la obra que tienen delante. Prefiero embarcarme en la aventura de profundizar en sus valiosas conclusiones con unos planteamientos que van más allá de la lectura de este novedoso trabajo y de los que solo yo me hago responsable. Es sin duda pretencioso por mi parte, como prologuista, recapitular sobre las conclusiones alcanzadas en este ensayo, pero lo voy a hacer, sin ambages, amparado en la tranquilidad que me da el hecho de reconocerme enamorado de la investigación histórica y no propiamente historiador y de contar, además, con las bendiciones del autor para escribir sobre su obra y a partir de su obra con toda la libertad del mundo.
Arriesgada tarea, no obstante, porque soy consciente de que planteo unas consideraciones que a buen seguro contribuirán a crispar a algunos sectores de la comunidad científico-social de las islas. Opino que, en ocasiones, dicha comunidad suele sentar cátedra sobre cosas que no comprende pues quiere explicar con mentalidad eurocéntrica y patriarcal lo que solo puede ser explicado desde la idiosincrasia de las etnias bereberes y desde la perspectiva más global de las culturas mediterráneas de África del norte anteriores a la islamización.
Planteo, en primer lugar, tratando de ir al grano, que este trabajo es un reconocimiento a la singularidad del poder ejercido por la aristocracia indígena antes y después de la incorporación de las islas de realengo a la Corona de Castilla, islas en las que la nobleza indígena va a participar en los repartimientos como miembros destacados que fueron del ejército conquistador.
Tenesor está al frente de la compañía canaria que rescata a Miguel de Mujica y a sus ballesteros vascos en la matanza de Ajódar. Participa también con tropas auxiliares indígenas en los sitios de Bentayga, Titana y Ansite donde finalmente, “gracias a su industria y consejos” se alcanza el acuerdo por el que Gran Canaria va a pasar a formar parte de la Corona de Castilla.
La compañía militar comandada por su hermano Maninidra jugó, además, un papel relevante en la conquista de La Palma y absolutamente determinante en la conquista de Tenerife. Como resultado de ello, los canarios que conforman esta unidad, miembros de la familia real y de la aristocracia indígena, van a ser galardonados con numerosos lotes de tierras y aguas pasando a formar parte de la oligarquía insular grancanaria, palmera y tinerfeña desde los primeros momentos de la colonización. No debemos olvidar que esta es una de las razones por las que el territorio de las islas se incorpora a la Corona de Castilla como Reino de Canaria (sic) y por las que el archipiélago, en su conjunto, adquiere inicialmente la denominación de Islas de Canaria.
A propósito de la confusión planteada por ciertos editoriales incendiarios debemos reconocer que la isla gobernada por los Semidanes era efectivamente denominada de “Canaria” por sus propios habitantes desde tiempo inmemorial, probablemente desde la arribada a la isla, en una segunda oleada de poblamiento, de un contingente tribal norteafricano, los Canarii de Plinio, en el marco de una empresa colonizadora impulsada por Roma.
Tenemos que rechazar no obstante las descalificaciones que se hacen en dichos editoriales a la denominación de Gran Canaria por el hecho de que son las autoridades políticas y militares de la potencia invasora las que otorgan tempranamente el título de Grande a esta isla, no por las dimensiones de la misma sino por el esfuerzo denodado de sus habitantes para resistir ante distintos intentos de invasión a lo largo del siglo XV, tal y como se hace constar en diversas cédulas reales signadas entre otros monarcas por los Reyes Católicos.
Sirva como ejemplo este fragmento, que reproducimos, de una ejecutoria conservada en Simancas, en la que se describe el segundo secuestro de Abenchara, la que fuera reina de Canaria, mejor conocida en la corte como Juana la canaria:
AS RS 1491 Febrero 21 Sevilla
Don Fernando e Doña Ysabel, etc., salud e gracia.
Sepades que en el nuestro consejo fue querellado por vna petición dada por Juan de Guzmán canario en nombre de Juana Canaria, su tía, disiendo que al tiempo que se tomó la ysla de Gran Canaria e fue sometyda a nuestro seruicio, la dicha Juana se tornó christiana y quedó libre con los otros canarios que nos mandamos que fuesen libres, y que el gouernador Pedro de Vera fisyera vna armada para yr a la ysla de Tenerife e quisyera en ella llevar algunos canarios, e que algunos de los dichos canarios, temyendo que los querya traer a vender a Castilla, se absentaron, entre los quales se absentara el marido de la dicha Juana Canaria. E el dicho Pedro deVera governador tomara a la dicha Juana e la metiera en un navío, e la fisiera traer a estos nuestros rrcynos de Castilla, dyciendo que rescibia de noche a su marido en su casa, e que estaba fuydo, e la troxeran a la dicha ciudad de Xerez, e la vendieran a Nicolás Muños, vesyno desa dicha ciudad…
En segundo lugar, me arriesgo a plantear, a partir de los hallazgos documentales de Roberto Hernández, otra cuestión que puede resultar polémica porque rompe con esquemas sesgados de la historiografía a la hora de explicar la sucesión en la dinastía de los Semidanes. Defiendo la hipótesis, como buena parte de los historiadores contemporáneos, de que el trono del reino insular se hereda por sucesión matrilineal, de guayarmina (reina) a princesa mastegena (heredera del trono), o lo que es lo mismo, de madre a hija de mayor edad en la dinastía real; y en caso de no tener descendencia femenina, de guayarmina a hermana mayor de la reina y de esta a su descendencia femenina por orden de primogenitura. Pero añado la idea fuerte de que los guanartemes o reyes, lo son solo en tanto que esposos de la reina y los faysages o sumos sacerdotes, solo en tanto que tíos de la reina, hermanos varones de su madre.
El esquema sucesorio se complica, sin embargo, cuando la isla se fragmenta en dos reinos a mediados del siglo XV. La partición del territorio insular entre los primos Egonayga y Ventagoye, guanartemes de Gáldar y Telde respectivamente, derivada de algún problema sucesorio en el linaje de Andamana, genera disensiones en cuanto al orden dinástico a la hora de establecer las regencias de ambos reinos, pero solo hasta el momento en que Arminda, la princesa mastegena, la indubitada heredera del trono insular, una vez restablecida la línea dinástica, alcanzase la mayoría de edad, convirtiéndose en guayarmina de toda Canaria. Este hecho no ha sido cuestionado por ninguno de los cronistas e historiadores a la vista del ruidoso ceremonial de la entrega de la joven en julio de 1483 a las puertas del Real de Las Palmas, pudiendo por tanto establecerse que el linaje femenino que otorga el derecho al trono insular emana de Atendiura, la madre de Arminda y primera esposa de Egonayga.
Las capturas sucesivas de las mujeres designadas guayarminas regentes de Canaria, primero la de Tenesoya (defiendo que Tenesoya es la segunda esposa de Egonayga gracias a cuyo matrimonio este se mantiene al frente del guanartemato tras la muerte de Atendiura), y más tarde la de Abenchara, son hechos que pensamos que no pudieron ser fortuitos sino programados. De ahí que la siguiente en el orden dinástico, la llamada con toda razón Guayarmina, la hija mayor de Abenchara, fuese conducida prontamente, junto a la pequeña Arminda, hacia las cumbres más remotas para ser alejada del asalto de los secuestradores de reinas pasando a ser la última reina regente de la isla una vez casada con el príncipe teldense Bentejuí.
Pensamos que en relación directa con estos hechos se sitúan los viajes a la Península del guanarteme regente de Telde, Aymedeyacoán en 1481, y del guanarteme regente de Gáldar, Tenesor Semidán en 1482, para rendir vasallaje a los Reyes Católicos. En el primer caso, es la hija de Aymedeyacoán, Tenesoya, capturada en Bañaderos y canjeada por un centenar de prisioneros cristianos, quien más tarde decide abandonar la isla por voluntad propia, la que desde su residencia en Lanzarote pudo servir de enlace para organizar dicha expedición encaminada a denunciar las tácticas de tierra quemada del gobernador; en el segundo, es la esposa de Tenesor, la reina Abenchara, la que resulta apresada y embarcada con urgencia hacia la Península, siendo entonces el espía Juan Mayor, desde la casa fuerte de Agaete, el encargado de negociar con el guadarteme las condiciones de su entrega.
Todo esto es ciertamente complicado, pero me aventuro a sostener que los raptos de ambas mujeres fueron acciones organizadas por las autoridades militares castellanas, con el consentimiento real, conocedores del papel que estas jugaban como pilares de la soberanía insular canaria, y habida cuenta de la pérdida de legitimidad de los guanartemes si hacían desaparecer subrepticiamente a las figuras reales femeninas que eran el sustento del poder. No puede ser verdad que dos reinas regentes, tratándose de quiénes se trata, fuesen apresadas de manera fortuita. Las cuadrillas que realizaron dichas capturas tenían que estar avisadas sobre el día y la hora en que las guayarminas acudían a ciertos bañaderos para realizar sus ritos de purificación, para, con su rapto, forzar la división y la guerra civil entre los canarios, como así ocurrió.
Finalmente, y en tercer lugar, extraigo del trabajo de Roberto Hernández una propuesta de ruptura clara con la idealización del mundo aborigen con las nos suele apesadumbrar la historiografía de tintes románticos. Es un trabajo que denuncia la opresión de la clase dirigente, de una aristocracia estamental de rasgos feudales que sojuzga a la mayoría de la población, los llamados trasquilados, con mano absolutamente férrea para defender sus privilegios y servirse del trabajo de la comunidad humana a la que explotan.
Es un modo de organización social y económico muy desigual, no prehistórico-neolítico, como defienden algunos autores por el hecho de que no contasen con metalurgia, conocimientos que con seguridad tenían en origen y que hubieron de abandonar en las islas por la ausencia de minerales metálicos, sino histórico propiamente dicho, de la plenitud de la Antigüedad (modo de producción esclavista) en el momento de su arribada a las islas y en transición hacia la Edad Media (modo de producción feudal) en el momento de la conquista castellana.
Son múltiples los argumentos para sustentar estas ideas: la supremacía de un grupo oligárquico, los Semidanes, que gobierna la isla con la estructura política centralizada propia de un estado en el que los guayres o señores de la guerra tienen no obstante importantes prerrogativas y poderes; la existencia en Gáldar de un núcleo capital con un urbanismo desarrollado (plazas, templos, red de viviendas organizadas en torno a calles y avenidas, silos fortificados en sus proximidades) y de doce feudos o guayratos dependientes; con un control casi absoluto de los importantes excedentes de producción gracias al desarrollo de la agricultura de regadío; con un dominio secreto de la escritura y de los conocimientos astronómicos sobre los que fundamentan su poder teocrático; con unos ritos funerarios, como el de la momificación, que les estaban reservados; con unos privilegios abusivos sobre el pueblo llano como el derecho de la primera noche, la exención de pagar tributos o el desprecio hacia las tareas agrícolas, ganaderas o artesanales, bases de la economía, que eran consideradas serviles, impropias de su dignidad, etc., etc., etc.
Destaca Roberto en sus conclusiones que, si bien la casta dirigente mantiene una parte de sus privilegios en la nueva sociedad y deja amplia descendencia que llega hasta nuestros días, lo más remarcable es que el resto de la población aborigen masculina, la de baja condición según los esquemas sociales de la época, fue abandonada a su suerte, sufriendo los embates de la esclavitud, de la deportación, de las levas militares y los enrolamientos forzosos en las empresas de colonización americanas, procesos en los que los Semidanes no interpusieron al parecer demasiadas objeciones a cambio de mantener para sí ciertas prerrogativas como parte de la nueva oligarquía dominante; entre ellas, la de contar con esclavos guanches, moriscos o negros que en la explotación de sus tierras sustituían como mano de obra a los trasquilados o de quedar eximidos de las levas a Berbería después de plantear colectivamente sus quejas por considerarse cristianos viejos y castellanos de pro.
Concluiré este prólogo celebrando la publicación de este exhaustivo trabajo de investigación sobre el grupo dominante en la sociedad indígena canaria, un trabajo que abre las puertas con sus interrogantes y asertos a estudios de mayor calado que de seguro ahondarán en las líneas de investigación propuestas en sus novedosas conclusiones finales. Con aportaciones lúcidas y serias como las de este ensayo, iremos resolviendo paso a paso las claves de la compleja sociedad que habitaba las Islas Canarias hasta el siglo XV, cuyas secuelas se mantienen vivas hoy en la singular idiosincrasia de un pueblo que cultiva desde sus raíces ancestrales un frondoso drago septenario, ahora por suerte en el marco de una sociedad más diversa, justa e igualitaria.
Suelo completar los prólogos que me encomiendan los amigos con un poema de mi propia cosecha. Esta vez no iba a ser menos; así que me despido, hermano, agradeciendo el honor de prologar tu meritorio trabajo, con un soneto titulado “Atis Magro”, un canto a la identidad de nuestra tierra y a una de sus señas, el Roque Nublo, símbolo ancestral que nos invita, como ciudadanos canarios del siglo XXI, a soñar algún día con la consecución de un libre y esperanzador país de los atlantes con tres milenios de historia a las espaldas.
Salud y república canaria.
ATIS MAGRO
Dorado pilar pétreo que idolatro,
alzado en la tribuna de los dioses,
a los pies de tus negros farallones
te reitero el juramento:¡Atis Magro!
Dorado pilar, sostén del espacio,
venerándote, rendimos honores
para hacer realidad aspiraciones
del país de los dragos milenarios.
Dorado pilar de roca fundida
en la fragua abisal del Atlántico,
irguiéndote altivo, entre las brumas,
a pesar de los siglos de ignominia,
nos anuncias el momento esperado
de la quiebra de rancias ataduras.
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