domingo, 20 de marzo de 2022

La muerte de Doramas

LA MUERTE DE DORAMAS

Artículo publicado en La Provincia el 28 de agosto de 2016




Se cumplen por estas fechas de fines de agosto de 2016 quinientos treinta y cinco años de la muerte de Doramas, el héroe de los canarios, el jefe de las guerrillas que salen al paso de las incursiones de rapiña que parten desde el Real de las Palmas, a quien se describe en la crónica primigenia como un hombre moreno de “admirable fuerza, no muy alto de cuerpo, más bien grueso, ancho de espaldas, gran cabeza, el rostro redondo, las narices pequeñas y muy anchas las ventanas, la edad mediana, bien repartido de miembros”.

Parece ser que Doramas significa en la lengua nativa “el de las anchas narices”, el rasgo de los enumerados que con más claridad le identificaba. Con este apelativo también será conocido su descendiente, Juan Doramas, quien fue conquistador de distintas villas y ciudades del reino de Granada y de las islas de La Palma y Tenerife como infante de la compañía canaria que comandan Pedro Maninidra y Fernando Guadarteme, y cuya descendencia, con el Oramas como apellido, llegará a todos los rincones de las islas así como a Hispanoamérica.

A pesar del tiempo transcurrido desde su muerte, Doramas sigue siendo un personaje de leyenda, una leyenda que oscurece la de otros héroes de la resistencia contra la conquista castellana como fueron Tasarte, Bentaguayre, Chambeneder, Maninidra, Adargoma o el mismísimo Bentejuí. La razón estriba, en nuestra opinión, en que el bruno guayre de los riscos murió valerosamente en combate y porque se había convertido en la voz y el alma de los marginados. Doramas representa al pueblo llano, no a la aristocracia de los Semidanes. Es un trasquilado que por sus méritos en la guerra contra los invasores ha accedido al estamento de la nobleza en contra de la opinión de buena parte de sus miembros. 

Efectivamente, los poderosos Semidanes hicieron todo lo posible para que esto no fuese así, pero Doramas era un caudillo adorado por los hombres y mujeres del pueblo llano y  una amenaza contra el orden establecido, un orden por el cual una minoría de nobles, unidos por lazos de sangre materna, ejercían todo el poder en la isla explotando a la mayoría de la población, los siervos o trasquilados, que les debían ciega obediencia. Por eso no tuvieron más remedio que aceptarlo entre los suyos cuando vieron que, dado su apoyo popular, estaba en juego la pervivencia de sus privilegios.

Doramas, a pesar de haber nacido en una familia humilde, no solo ejerce al final de su vida funciones de capitán de guerra en el reino del norte sino que desde mucho tiempo atrás se había destacado atreviéndose a remover los cimientos de la injusta sociedad que dirigen los Semidanes al mocear con una mujer de la familia real. Fueron muy sonados los amores entre la hermosa princesa y el robusto plebeyo de modo que su regia familia tratará de impedirlo recluyendo a Iguanira en la baja de Gando donde cada noche, según la leyenda, el trasquilado Doramas, cruzando a nado el canal de mar, iba a encontrarse con su amada. 

Son tantos sus desplantes a la clase dominante en el reino de Telde, de donde procede, que se atreve a imponer su nombramiento como guayre de Tamaraceite tras la huída de Nenedán a Fuerteventura y yendo aun más allá, traspasando todos los límites  admisibles, a pretender para sí el trono del reino del sur tras la muerte del guadarteme Bentagao. Doramas es un revolucionario que tiene el amor de su pueblo y ante el que los Semidanes tiemblan, porque socava su poder y porque aspira frontalmente a suplantarlos.

Por esas razones Tenesor, el rey o guadarteme de Gáldar y de toda la isla de Canaria tras la muerte de Bentagao, intentará atraerlo a sus intereses reconociendo el matrimonio con la princesa indígena y nombrándolo capitán de guerra del reino y guayre del cantón galdense de Lairaga que se corresponde aproximadamente en la actualidad con las costas y medianías boscosas del municipio de Moya, de ahí la denominación de Selva de Doramas. Desactivada la revuelta, muchos hombres de toda la isla del estamento de los trasquilados acuden a su cantón para huir de la opresión señorial y para ponerse a sus órdenes en la defensa del camino del norte frente a los invasores castellanos que se han hecho fuertes en el Real de Las Palmas.

Así describe su fama Marín de Cubas en su libro “Historia de las siete islas de Canaria” que en mi humilde opinión es en lo esencial una transcripción de la crónica primigenia de Pedro de Argüello: “Entre los capitanes de cuadrilla que más daño nos hacían estaba el atrevido Doramas que asistía por guarda del camino de Gáldar, de una legua a dos de El Real, desde Tamaraceite hasta Arucas y Firgas, donde seguro que lo encontrábamos; contra él tenía Pedro de Vera mucho enojo…”

Desde el Real de Las Palmas sale la columna que un infernal día de fines de agosto de 1481, después de tres intensos años de guerra, se dirige hacia Arucas con la pretensión de acabar con la vida del adalid canario. Doramas sale de inmediato al paso para impedirlo en compañía de sus leales pero las defensas no han tenido tiempo suficiente de organizarse ante el ataque por sorpresa del nuevo gobernador castellano Pedro de Vera.

Mucho se ha debatido sobre la fecha exacta de esta incursión y de la posterior muerte de Doramas.  Por nuestra parte, queriendo  tomar parte en ese debate, proponemos la fecha de 29 de agosto de 1481 en base a estos argumentos respaldados en la “crónica” de Marín de Cubas al inicio del capítulo VII:

“Bien sentidos los españoles de las burlas pesadas de los canarios y sus atrevimientos, intentando Pedro de Vera el castigo, por acuerdo de todos, salió el día de San Andrés, miércoles, dejando bastante guarnición en el real con 50 lanzas de a caballo y 200 peones en busca del enemigo camino de la sierra hacia el valle de Tenoya”.

 

El 29 de agosto de 1481 fue efectivamente un día miércoles según el calendario perpetuo Ecclissi e calendari (astrobonavoglia.eu) y es además el día en el santoral católico en que se celebra la festividad de un santo llamado Andrés, aunque no se trata en esta ocasión del apóstol cuya festividad se celebra el 30 de noviembre, lo que durante mucho tiempo debió confundir a los investigadores, sino de otro santo del mismo nombre.

Hemos podido comprobar en el santoral católico que el 29 de agosto es la fecha del martirio de los santos Hipacio, obispo, y Andrés, mártires, que fueron mandados quemar vivos por el emperador León Isáurico por haberse negarse a obedecer sus decretos en los que mandaba destruir las imágenes. Esto ocurría en la Constantinopla del año 735 d.C.

Según dicho calendario perpetuo la noche anterior al 29 la luna aún no había llegado al cuarto creciente lo que debió facilitar la sorpresa del ataque de modo que cuando los vigías dieron los avisos  la incursión debía ya de estar vadeando el río grande (Guadarteme), río que durante mucho tiempo señaló la frontera entre los reinos de Gáldar y Telde. Recordemos que para entonces Pedro de Vera se había desembarazado de los nativos conversos que estaban en el Real castellano.

 

Siempre Siempre he considerado, a la vista de lo que cuentan las crónicas, que Doramas como capitán de guerra se comportó aquel día de un modo más bien insensato. Retar con su mesnada de guerreros leales, a dos compañías completas del tercio viejo, es decir, a 200 infantes (de los cuales un tercio son soldados de escudo y espada o escudados; otro de piqueros o lanzas largas y el tercio restante de tiradores, entre ballesteros y espingarderos) y, además, a toda una escuadra de caballería con 50 lanceros, fue de una absoluta temeridad por su parte. 

Debía tener órdenes muy estrictas del guadarteme para impedir a toda costa el paso de los castellanos hacia el oeste. De otra forma no se explica su entrada frontal en combate frente a fuerzas superiores en número y armamento. En vez de hostigar a los invasores desde los morros, con continuas emboscadas a lo largo del camino, con la táctica de guerra de guerrillas que tantos éxitos le había proporcionado hasta entonces, esta vez, a la espera de las tropas de refuerzo que ya salían de Gáldar, el capitán indígena baja en solitario de los riscos y se interpone en el avance de aquel formidable ejército para retar personalmente al capitán cristiano. Quizá se ve impelido a ello por la superioridad del enemigo, consciente de que las fuerzas que se han reunido en los riscos no pueden parar una incursión tan poderosa. Quizá confíe en que con su estratagema pueda retrasar por unas horas la progresión hacia Gáldar del ejército enemigo hasta la llegada de los refuerzos.

Las heroicidades se pagan. Queremos decir con esto que la temeridad no es una buen aliada en el combate y Doramas, a pesar de que fue atacado por muchos enemigos a un tiempo traicionando los castellanos el acuerdo de un combate a dos, no solo no se retira del campo cuando se ve rodeado sino que, tal y como recoge Marín de Cubas se atreve a azuzar con sus voces a los adversarios para que vengan contra él: “llegad a mí, seis, doce, veinte…”. Sus gritos exigiendo nobleza en la brega se repiten durante el combate mientras salta de un lado para otro, clamando para que no le disparen desde afuera, en referencia a los tiros de ballesta y espingarda, y para que se acerquen a pelear hombre a hombre. Su visión caballeresca del combate, imbuida por el estatuto de la guerra entre los canarios, no fue en cualquier caso compartida por el infame Pedro de Vera que no solo promueve y alienta la lucha desigual sino que sale a la arena para rematarlo cuando ya uno de sus hombres había conseguido lancearlo por la espalda y otro le había descerrajado en el brazo un tiro de espingarda. 

Las secuelas del combate, tal y como lo cuenta la crónica, fueron terribles. Al héroe de los alzados le cortan la cabeza y la empalan en un dardo o amodaga para inmediatamente después dar la media vuelta el ejército cristiano y regresar a las Palmas donde su general va a ser recibido en loor de multitudes. Quizá Pedro de Vera se contenta con haber derrotado a Doramas, quizá los extremos calores de esa mañana de fines de agosto obligasen a su retirada, lo cierto es que Doramas al enfrentarse él solo a todo un ejército ha conseguido, con su propia inmolación, el objetivo de impedir el avance enemigo hacia Arucas y Gáldar. 

Como curiosidad de la historia oral les diremos que aún hoy los viejos de las medianías del norte para referirse a la retirada del mar de nubes en los días de fuerte solajero utilizan esta expresión: “El sol de Doramas despierta ahorita”.

Para rememorar estos hechos heroicos que han llegado hasta nuestros días me van a permitir los lectores que el trágico final del héroe de los canarios lo describa en verso, con un poema que forma parte de mi libro “Romancero sureño” publicado por Mercurio Editorial en la colección Biblioteca Canaria de Lecturas.

Desde siempre, desde que era un niño, me sentí prendado de los poemas épicos especialmente los del anónimo romancero viejo y los del romancero gitano de  Federico García Lorca. La obra cumbre de este subgénero poético, de la épica de los marginados o de los vencidos, a lo largo de todos los tiempos, es en mi opinión “Prendimiento y  muerte de Antoñito el Camborio”. Las resonancias de este romance del vate de Fuente Vaqueros llenan toda mi experiencia poética y son las que me impulsaron a escribir una respetuosa emulación del celebrado poema lorquiano. 

El héroe gitano pasa a ser, en mi recreación, el héroe de los canarios, los paisajes del Guadalquivir se trasladan a las riberas boscosas del río Guadarteme o río grande a su paso por Tenoya; los cuatro puñales por los que tiene que sucumbir el héroe gitano son las ballestas, espadas, lanzas y espingardas, no de cuatro enemigos sino de toda una jauría de soldados castellanos que se enfrentan a las amodagas de tea  y al espadón de acebuche de un solo hombre en combate; las voces antiguas que suenan cerca del Guadalquivir son los bucios que braman desde los montes por todo la isla; la moneda que nunca se volverá a repetir es la cabeza del bruno guayre ensartada en una de sus propias amodagas...

 

DESAFÍO Y MUERTE DE DORAMAS   (Dedicado a Yolanda Díaz)

I

Por frondosos palmerales

tres columnas de soldados,

tras cruzar el río grande,

se encaminan al ocaso.

Salieron del Real al alba 

con Pedro de Vera al mando

a la caza de Doramas, 

adalid de los canarios. 

Desde un taro de vigía 

vuelan silbos asustados

dando aviso a las guerrillas 

de un ataque no esperado.

¡Pronto los bucios resuenan 

entre lomas y barrancos

bramando sones de guerra 

contra el pendón castellano!

 

II

El guayre de negros cabellos

en el mar se daba un baño

cuando le llega el lamento 

de los bucios a rebato.

De su hija y de su esposa, 

que son su bien más preciado,

en la puerta de la choza, 

se despide con abrazos,

y al combate presto acude 

con su escudo cuartelado,

su mandoble de acebuche, 

y un morral con siete dardos.

¡Datana!─apremia a sus hombres 

a combatir a su lado.

¡Datana! ─al punto responden 

empuñando sus magados.         

 

III

Los temidos altahayes,  

sobre una loma apostados,

señal esperan del guayre 

para emprender el asalto,

mas él, consciente del riesgo, 

en un gesto temerario

que desquicia a sus guerreros, 

baja el risco en solitario

para emplazar al de Vera 

a un singular duelo armado,

a una cerrada contienda 

entre nobles adversarios           

de manera que el que pierda, 

alzando al otro la mano, 

dará por buena la brega 

y se retira del campo.

            

IV                                                       

Está todo ya dispuesto 

cuando el hábil castellano

cede el honor del torneo 

a un hidalgo jerezano,

a un fornido caballero 

de los de adarga en brazo

y de lanza en astillero, 

que a una señal de su mano,

ciñéndose la celada, 

¡por Castilla y por Santiago!

al encuentro de Doramas 

espolea a su caballo. 

Cuando el centauro se acerca 

el fauno le arroja el dardo

que adarga y cota atraviesa 

dándole muerte en el acto.

 

V

Al ver la justa perdida 

incumple De Vera el trato

ordenando a sus cuadrillas

que arremetan por los flancos.

El guayre de anchas narices 

se ve de pronto cercado

sin que puedan asistirle 

sus leales partidarios 

que en la cresta de la loma, 

avistan desesperados

a una rehala rabiosa 

de perros endemoniados

que, al sonar de una corneta, 

con los dientes afilados,

se lanzan sobre su presa 

babeando espumarajos.

 

VI

¡De los tiros de ballesta 

se defiende dando saltos,

esquivando las saetas

con solo oír los trallazos!

¡Se estrellan las estocadas 

en su rodela de drago

al tiempo que con su espada 

desjarreta a dos caballos!

¡Bravos bríos del que fuera, 

aun nacido trasquilado,

por su valor en la brega 

a la nobleza elevado!

Pero no le dan cuartel 

los soldados castellanos,

viles cayendo a la vez 

como lobos esteparios.

 

VII

Por un tiempo se mantienen 

las espadas en lo alto

hasta que un torvo jinete 

hiende el hierro en su costado.

Revirándose en la arena, 

como un morión enganchado,

le asesta un tajo en la pierna 

que se la arranca de cuajo.

¡Suena un tiro de espingarda! 

Un infante agazapado,

el brazo diestro, a Doramas, 

le destroza de un disparo.

Y es entonces que el De Vera 

se digna salir al campo

rematando la faena 

de un cobarde puntillazo.

 

VIII

Con tres heridas abiertas 

el guayre yace tumbado,

vomitando su fiereza 

a los pies de los caballos.

Sintiendo perder la vida 

vocifera con desgarro

por la ofensa recibida 

del infame castellano.

“¡No eres tú quien me da muerte,

le echa en cara a su adversario

sino el traidor que me hiere 

por detrás con un venablo!”

 “¡Maldita la hora en que fuera 

a lidiar con mercenarios 

que no saben que en la brega 

el honor es bien sagrado!”

 

IX

Pide entonces agua fresca 

porque quiere ser cristiano.

Eso lo que algunos piensan 

cuando le llenan un casco

de agua turbia y empozada 

en un charco, a ochenta pasos,

donde tristes croan las ranas 

enlutadas por el fango. 

Pero el impío Doramas 

se lo bebe de un buen trago

manando el agua muy clara 

por sus abiertos costados,

y alzando la mano ilesa, 

con el puño bien cerrado,

maldice a Pedro de Vera 

por la ruindad de sus actos.

 

 

X

Ajeno a cuanto ocurría, 

el sol se alonga en un claro

hasta ver que el guayre expira 

confortado por sus rayos.

La felonía le cuentan 

los alisios desatados

que aúllan como las fieras 

señalando a los falsarios.

¡Lanza entonces Alcorac 

furibundos fogonazos

para la muerte vengar 

del héroe de los alzados,

y, arrasando el mar de nubes, 

lo eleva en sus áureos brazos

a los cielos siempre azules 

por los que vuela el milano!

 

XI

Marchita ya está su cara 

cuando llegan los canarios

que, sin lance, rinden armas 

al ver caído a su árbol.

Con voz queda se lamentan 

de no haber antes llegado,

pero hay un joven, Meteimba, 

que da gritos desgarrados

cuando ve cómo a su padre 

lo levantan como un saco

y pasean su cadáver 

a lomos de un rocín bayo.

Pero sus ayes de duelo 

no hacen que cese el escarnio

sobre el bruno guayre muerto, 

desnudo y ensangrentado.

 

XII

Cortan después su cabeza 

y la ensartan en un dardo

mostrando así la grandeza 

de Isabel y de Fernando;

luego queman su diadema, 

su huapil y su tamarco,

las amodagas de tea, 

la recia tarja de drago;

y sus restos, hondo entierran, 

sin ajuar y sin mirlado,             

por que no quede ni huella 

de un santo mártir pagano.

Solo se quedan su espada, 

que es asombro de soldados,

pues, de tan recia y pesada, 

han de empuñarla a dos manos.

 

XIII

Con una cruz de madera 

el lugar fue señalado

en recuerdo de la gesta 

del último de los canarios,

del guerrero de los riscos, 

del luchador laureado

por quien sollozan los tilos 

dejando el suelo encharcado.

Son las frondas en sinople 

de estos árboles sagrados,

desde entonces los blasones 

de su escudo nobiliario,

obeliscos siempre verdes 

sobre campos almagrados 

que se elevan imponentes 

hacia el círculo dorado.

 

XIV

En la noche de los tiempos 

sus fulgores no cesaron.

Siguió su sangre latiendo 

en los cielos estrellados. 

Y ahorita que el sol despierta 

y en las brumas abre un claro

anhelamos ver la vuelta 

del majestuoso milano,

del ave negra que un día 

volverá a surcar su espacio

por las cumbres de la isla 

para en sus alas llevarnos,

bajo el manto celestial, 

a los elíseos campos

donde se yergue un volcán

junto a un bosque milenario.

 

 


 

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