sábado, 12 de noviembre de 2022

Archipiélago: Homenaje a Cairasco

ARCHIPIÉLAGO

(HOMENAJE EN ESDRÚJULOS A BARTOLOMÉ CAIRASCO)

 

            


Septenario  archipiélago

anclado frente a las costas del Sáhara,

mecido por los cálidos

y constantes alisios del Atlántico.

Desde el fondo del tártaro

se levantan las columnas magmáticas

hasta que emergen, sólidas,

siete rocas acribilladas por cráteres

y encumbradas, sin óbice,

sobre las mil encalichadas cúspides

que rematan las ínsulas

con formas majestuosamente cónicas

que rigen desde su ápice

rugiente panorama de un océano

embatiendo pletórico

las peñas del Jardín de las Hespérides.


 

EL HIERRO

 

Pequeño yunque férreo

en la frontera abismal del océano,

legendario triángulo,

hendido por mordeduras ciclópeas,

de acantilados vértices,

donde reina Garoé, el dios de los árboles,

y su corte de guárzamos.

Dotada por los designios empíreos

de fuentes arbóreas,

lagartos gigantes, pescadoras águilas

y costumbres atávicas 

que preservan los pastores indígenas

al compás de las chácaras

y tambores, cuando portan en su cámara

cruzando toda la ínsula

a su Madre serena y amantísima.

 


LA GOMERA

 

Rodela del mismo Hércules,

poderoso escudo gomero, símbolo

del orgullo vernáculo,

de resistencia al ataque foráneo,

protector del edénico

legado de los tiempos pretéritos,

del valor ecológico

de su agreste naturaleza intrépida,

con letimes de vértigo,

roques que se imponen con belleza trágica

y una selva laurácea

de esplendorosos tiles y viñátigos

donde desnudas dríades

se solazan junto a las aguas prístinas

del río beatífico

que añoran los gomeros de la diáspora.

 

 

LA PALMA

 

Pubis de Venus clásica,

con su vulva de Taburiente  ávida

de los embates hídricos

de la corriente que fluye con ímpetu

desde el Idafe fálico

hasta la angosta salida entre rápidos.

Virgen entre las vírgenes,

isla del nemoroso monte tórrido,

de un verdor tan estentóreo

que se excede en las frondas celebérrimas

de sauce, til y cárisco,

que dan hacia el oriente de la ínsula

y en los llanos ubérrimos,

que sin tregua dan fruto en toda época,

merced a manos hábiles

y al tesoro de las aguas freáticas.


 

LANZAROTE

 

Paraíso volcánico

de maternos pechos blancos, irguiéndose

sobre alfombra nigérrima

festoneada de caballones férvidos.

Negro desierto lávico

de sonrientes medias lunas púbicas

que, en su regazo íntimo,

guardan dorado tesoro vitícola.

Malpaíses insólitos,

quebrados paisajes demoníacos

de belleza cesárea

que regurgitan fuego subterráneo

con el ansia flamígera

de mostrar, con sus poderes satánicos,

a  todos los incrédulos,

la majestad del artista telúrico.

 

 

GRAN CANARIA

 

Nublado roque áureo

coronado de blancos pechos níveos

que cierran alta cúpula

sobre la marina en perfecto círculo,

tan solo quebrándose

al noreste, en una estelar península

cuyo istmo era un médano

de grandiosos arenales argénteos.

Al sur de ese yermo ámbito

se asentaba El Real sobre un  montículo,

junto al oasis mágico

donde refulge el oro de las támaras,

en las riscosas márgenes

de un riachuelo que discurría plácido

hasta llegar agónico

a la vieja ciudad que es hoy metrópoli.

 


FUERTEVENTURA

 

Soledad esquelética, 

osamenta descarnada y tétrica,

barrancos cadavéricos.

Así describe la hermosura del némesis

el sabio catedrático

desterrado en la isla por demócrata.

Natura siempre árida

brisada  por los cantos del océano,

sabiamente ocultándose

tras un rosario de conos volcánicos

en Betancuria y Pájara,

en prevención de las razias piráticas

que devastaron, bárbaras,

las tierras más antiguas de la Atlántida.

¡Desventurada ínsula,

fiel retazo del África sahárica!

  

 

TENERIFE

 

Obelisco titánico

que dominas desde tu atalaya el Atlántico,

blanco fanal marítimo 

que convocas con tus destellos ígneos

los ancestrales cánticos

que honran tu omnipresencia mayestática.

Gigantesca  pirámide,

tapizada de pinares umbráticos

y de reliquias arbóreas

(verdes-medusas de largos tentáculos),

en ti, el guanche indómito

dejó prendida la tea emblemática

que es el Teide, guiándonos,

como planeta rey a sus satélites,

hasta la cota máxima

de nuestra identificación patriótica.

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